lunes, 25 de mayo de 2015

Algo más

Es verdad Juan
de qué escribir sino de amor, muerte o vida
tenemos algo más…?
esta noche que no estás y tantas que te has ido
hablo contigo como si
pudieras escucharme
dónde estás se oye toda esta jauría de voces
que se levantan…?

El deseo además tenemos
colándose en medio en los extremos del trío
o será el ensueño, Juan
este que el agua colorea
más allá de los páramos
hasta que reine el silencio.
Detengo al cazador
el recorrido de una bala
con plazo fijo a la muerte
la voluntad en contra del absurdo
en contra del instinto
amarrándose a un árbol
en la quietud de la avalancha.

martes, 19 de mayo de 2015

Las entradas

Su mole de hormigón ocupaba media manzana de la calle Caridad, el primer piso marcaba una austeridad arquitectónica que contradecía al segundo piso enmarcando las ventanas con arcos de herradura.Por una en concreto, donde la esquina redondeaba su vuelta se vislumbraba la playa.Todas aquellas ventanas eran los ojos de las aulas, que en verano bajaban sus ojeras de madera hasta septiembre.Había dos entradas, una amplia y con una puerta ornamentada, la otra en la calle del Ángel.Por esa puerta pequeña hormigueantes las niñas con uniformes grises y azules entraban al colegio de las hermanas protegidas por algún santo, al que asaron en una parrilla o saetearon de flechas en algún recóndito trópico.Desde aquel acceso se  penetraban al patio cubierto de la izquierda, aunque enfrente la escalinata ascendiera uno a uno sus pisos con holgura, para rematarse en una azotea vacía, protegida con una valla.El segundo piso se llenaba de los pasos en fila, las puertas abriéndose y crujían los pupitres que también eran de madera. Cuando las tapas abrían sus mandíbulas, se cerraban con suavidad, a veces con estrépito porque alguna, se les escurrían sin pretenderlo, o pretendiéndolo con una protesta pueril y desapercibida.Eran las nueve en punto y la jornada comenzaba rezándole al Dios del silencio. Después se abrían los libros y las libretas comenzando un trance de letargo para dos de aquellas niñas, cuya duración abarcaba el otoño, el invierno y la primavera de tantos años en adelante como fue dejar la infancia entre el suelo y la vista fija en una línea continua de la vasta pizarra.Las chiquillas compartiendo hibernación, jamás compartieron la misma aula, aunque compartieran el mismo piso, los mismos baños, y el mismo recreo del patio cubierto.La salida al patio descubierto, franjeado por otras puertas repletas de cristales, que en días de lluvia se poblaban de caras a distintas alturas, cubriéndose del vaho anhelante en la algarabía de correr y saltar por su exterior o subir a los columpios de colores del fondo. En uno de los laterales del patio, las ventanas más bajas así mismo tenían rejas muy tupidas y de hierro por donde se colocaban los olores a rancho de la cocina.En su lado más extremo, había un extraña altura con dos escalones, acumulándose el ejército volátil del hollín, serpenteando, elevándose y volviendo a recaer en un incesante principio sin fin, para recobrarse y resucitar con la misma negrura, cuando al cemento lo empapaba la inclemencia del celaje.Ese resguardado altillo era el lugar de sus citas, al salir del comedor a la una y media de la tarde.Ninguna de ellas durante aquellos cursos que sucedieron, fueron a comer a sus casas, por ello se conocieron, entre plato y plato soso, frugal y rutinario, entre rezo y rezo dando gracias por la comida recibida de un comedor de pago.Una llevaba el gesto adusto y rebelde en la boca, a la otra una quemadura, hizo dos casas en su cara.Para comprender el principio de atracción de los imanes era dado verlas juntas, aspiradas por el febril campo magnético de los marrones zapatos de cordones y las medias bajadas, a veces sigilosos, otras vertiginosos, entre la una y las tres de la tarde.Colgándoles las trenzas se colaban por los entresijos del colegio arriesgándose a que las descubrieran, aunque asistidas por un don de invisibilidad asediaron los dormitorios escondidos, el refectorio, el interior de la capilla cuya luz filtrada por los vitrales simétricos, era amarilla y sanguinolenta modelando la perspectiva vacía de los bancos.
Tampoco nunca fueron sorprendidas en la penumbra del gimnasio con su alto caballo de Troya para saltos horizontales de esbeltas y amazónicas colegialas, o el potro de tortura terror de las gorditas o patosas.
Ni en la sala de música donde un esqueleto de cuerpo entero, sujetado por un pie erecto con cables al lado del piano, parecía aguardar que alguien tocara la marcha fúnebre de un tardío funeral, mientras su oyente óseo pasaba las hojas pautadas. 
Algo hacía pensar que acaso fueran ellas, temerarias y secretas exploradoras de rincones empolvados en las buhardillas, las que inventaban los bulos que corrían por los cuchicheos de las clases, que en la enfermería aséptica y anticuada, o en el salón de actos, un fantasma monjil aparecía o un hombre embozado estuviera dispuesto atrapar y secuestrar a cualquier inquieta escolar que por allí se quedara sola y extraviada.
Acaso no fueron ellas porque trataron de conjurar aquellos morigerados e intrépidos fantasmas.
Una ocasión encontró el azar de la puerta de la azotea abierta, coronaron así en la cumbre de la atalaya, la torre del homenaje inexpugnable. 
Se quitaron los mandilones de rayas bancas y azules, para engancharlos a las púas de la valla y el viento hizo de ellos sus banderolas agitándolos.
Juntas miraron la redondez de la tierra, y el mar plegado a su superficie.
Vino de pronto un camino entre el cielo y la tierra al desvanecerlo un trueno tardío, les desembarcó una inexplicable nostalgia. 
Volvieron a bajar las escaleras trepidantes con el mandilón desgarrado.
En las clases de matemáticas, de lengua, de religión, historia, costura, dibujo, ciencias, sociales, música, gimnasia, francés y trabajos manuales, ni en las colas hacía el confesionario que a hurtadillas, ellas hábilmente sorteaban, jamás les hablaron de libertad.
Cortó la adolescencia las coletas y las separó con un plan trazado en contra del reencuentro.
Cuando los péndulos ceden al atrás la niñez 
y la juventud sintieron que la libertad, es como una muñeca que se rompe así misma tratando de buscarse el alma.
Desde lugares distantes pensaron algunas veces una en la otra, preguntándose como serían ahora, si el tiempo les permitiría reconocerse  y como entonces, esperaron encontrarse para decirse cuanto se habían echado de menos.


lunes, 18 de mayo de 2015

La isla desierta


Me preguntaste que tres cosas
llevaría a una isla desierta.
Después de auscultar cuando sube la marea
empuje mis hélices hasta encontrarla.
En una roca gris sobre la arena grisácea
de un mar de grisalla
abandoné:
el desencanto, sus gestos
y sus fauces.

jueves, 14 de mayo de 2015

Hoy es el día de la


















Todos los días es el día de alguien
o de algo
alguien o algo en vías de extinción
dedicado a una minoría ignorada
o una masa aún más ignorada
hoy es el día del zorro ártico
hoy es el día de la mujer
hoy es el día de las estrellas fugaces
hoy es el día de la poesía
aunque sea obligatoria en el bachillerato
flaco favor le hacen en imponerla con ritmo rima y aritmética
quien la necesite que la busque
secreta
y confusa, huraña,
hermética, cursi
radiante
y perdida.

Hoy es el día mundial de la poesía
aunque queden cada vez menos zorros en el ártico
se maten y ninguéen más mujeres
y esas estrellas fugaces hayan caído en el fondo de tus ojos
hoy es el día mundial del cáncer
de la pobreza y del desahucio
de los gays, de los galgos ahorcados
hoy es el día de la música o lo será cualquier día
que noche la de aquel día.
Hoy es la noche del olvido
y mañana será otro día
tan bueno como otro cualquiera
para tocar madera
o escuchar un aire de saxo triste
por el parque de los álamos blancos.

domingo, 10 de mayo de 2015

Azafrán


Te apostabas en la esquina del caballo rojo
de una Granada rezumando sus arrayanes.

Ritmo, armonía y melodía
que movía los flecos al mantón
cuando los tópicos son ciertos
y no lo son sus embustes
tentados con palos de ciego.
Desde su trama de bajo lizo
donde arrastrados
y revueltos como las latas hasta la chatarrería
recién parecías salir de un romancero.
Esa eme con que marca
la línea de la vida a trazo de la carne y del tendón
seguiste con tu dedo nómada
pero No, No quise saber
lo que leíste entre líneas
por principio
a la incertidumbre.

lunes, 4 de mayo de 2015

La distancia


Una selva y un bosque amable mantienen sus montículos mullidos desde donde otear sus territorios, si al deambularlos se cruzan indiferentes, se ignoran.
Su pacto implícito de no agresión, conlleva explícito compartir el tanque del agua, que ha de ser fresca y clara.

Me llaman Ágata, nombre al que no atiendo.
Suelo mirar el mundo por la ventana y huyo de sus estrépitos, detesto salir de mi selva y medito las horas de luz sobre los cojines al lado de la almohada, mis pupilas centellean su ardor fascinante en la oscuridad.
Cualquier invasión que altere mi selva, es examinado e investigado hasta sus últimas consecuencias, optando por desaparecer o aparecer, para volver desaparecer en lo recóndito de los armarios, debajo las camas o quién sabe dónde, hasta que el invasor móvil desaparezca.
Me alimento apenas de lo necesario, proporcionado por los seres de menor rango, esos que caminan a dos patas, hablan y desconocen de los misterios del silencio, sus contemplaciones y meditaciones, los cuales se empeñan en atosigarme con sus zalamerías que detesto.
Adoro el calor, el frescor del verano y soy una cazadora crepuscular de moscas impertinentes, cuyos cadáveres dejo visibles para que sean retirados, mis tareas de aseo las dedicó a mí misma, es una de mis fijaciones y prioridades.
Mantengo mis uñas en perfecto estado, encargándome de afilarlas en los montículos que se deshilan y me desgañito con maullidos de rabia cuando me las cortan.
Ejerzo mi reinado con una sobriedad mayestática y una elástica consciencia inalterable, la cual desfogo en carrera libre por mis posesiones cuando mis músculos desafían la gravedad.
Odio que toquen mi cola, me peinen y suspendan mis patas en el vacío.
Si os atenéis a mis reglas os consideraré mis súbditos, a los que ignoraré u observaré a conveniencia, aunque vuestras ausencias por tiempo indeterminado no me preocupa, ya volveréis.


Me llaman Frida, atiendo a ese nombre cuando me interesa, suelo vigilar mi bosque atenta a sus timbres, ruidos o chasquidos matutinos y nocturnos.
Adoro del mar, el agua y  la arena, además de las praderas interminables, la comida y las pelotas, me serviré y tramaré cualquier estratagema para conseguirlas.
Prefiero la sombra del suelo, los montículos a una altura media, para dormir mis siestas de medio ojo abierto y mis sueños de párpados cerrados.
Soporto la correa porque el bosque de asfalto tiene demasiados obstáculos y peligros, sus olores no me interesan, excepto algunas cuevas cuyos aromas deliciosos, son idóneas para exhibir mi mirada hipnotizadora que suele darme un resultado óptimo.
Gruño cuando algo me desagrada, me amenaza, disgusta o provoca placer y odio que me sumergen en un bañera para darme baños, con esa sustancia jabonosa que me priva de mi olor natural.
Siento un apego de clan por los seres de dos patas, que cuido inalterablemente en cualquier circunstancia.
A veces entierro mis tesoros y no comprendo porque me regañan, aunque muestro mi vergüenza bajando la cola y las orejas sin un convencimiento de enmienda, cuando mis dos patas se inclinan hacia delante, te estoy diciendo: Eh amigo vamos a jugar.
Aunque lo que menos soporto y me causa una resignada desdicha, es que se vayáis, entonces un aullido hace su llamada para encontraros.


Cuando se quedan a solas y sólo entonces Ágata sube al sofá con Frida para hacerle
en la distancia, compañía.