jueves, 18 de junio de 2009

Diario de post-guerra




La neblina de aquella mañana de mil novecientos cuarenta y pico era densa. 
Caminaba entre ella, Adela la chata, grávida con el caldero en la cabeza,
lleno de ropa recién lavada, desplegando un olor a jabón del Chimbo. 
De pronto; sintió una contracción y se dijo: Ya viene.  
Válgame Dios, pensó, sudando en frío.
Volvió hacia su casa en la aldea, con una tremenda congoja, había oído todo tipo 
de dimes y diretes sobre la fama legendaria de la partera.
Rediez, no sé si tengo la cazalla, no sé si tengo el tabaco, tembló…
Ay Dios, mandaré recado para que avisen a La Feroza corría adentrándose
en el pueblo como un alma que lleva Belcebú. 
A la izquierda la tienda de Rascayú ya estaba abierta.
Rascayú el tendero, era el hijo del Gurugú un patriota de pro que murió en el barranco del lobo. Rascayú sobrevivió a la viruela loca y de tanto se rascarse 
tenía cuajada de marcas su cara y  la prole de niños al verle siempre le mortificaban con esa canción del muerto escapado de la tumba.
En el piso de arriba de su tienda, hay dos moradas puerta “contra” puerta. 
En la de las persianas cerradas, duerme vela la peripatética hetaira Maruxina alias la trotamundos, acechada por Joaquina la pierde misas, la que plancha la ropa del culto, santiguándose sin un cese que murmura peroratas y jaculatorias recitando pecatis mundis.
Como acostumbra en la tienda La Perala sentada sobre el saco de patatas de a real. ¡Qué apurada estoy! repite aunque jamás tenga prisa alguna. 
Los collares y cuentas desvaídas cuelgan de su vieja pechuga y oxidan sus dedos artríticos las sortijas de hojalata. El reúma maldito me tiene el cuerpo matao,
a intervalos destroza la farsa monea y la bien pagá.
Redios se dijo “Rascayu”: ¡Qué vía crucis tengo con esta mujer! 
Todos los días la misma cantinela, con todo lo que tengo que preparar para los mandados del bar, encima con el mozo este…. ¿Dónde coño está? 
Dormita “Siestina”, su adolescencia barbilampiña aquejada de narcolepsia en el sótano polvoriento lleno vinos y viandas de estraperlo.
El Bar de Telones enfrente de la tienda, lugar de reunión diaria en cónclave obscurum, de los don con din del lugar, el alcalde, el médico, el cura y el boticario. Telones alecciona otra vez a Turraína el mancebo, que sirve a las cinco, un elixir espiritoso, placebo que calma todos los males: ¡En la rebotica no quiero ver inquilinos ratoniles! 

Retumban sus peleas de órdago a la grande, porque Turraína le replica enfurecido que le contrataron de mancebo y no de gato.
Forman junto con el guardia civil que exhibe un mostacho de morsa, ese que dicen que admiraba a Largo Caballero, lo cual él reniega desaforadamente, dictaminando, que no hay más Dios que Primo de Rivera José Antonio, Amén, la peña del “Miau”, que asoló la estirpe minina haya por el 36. 
Se les quedó el gusto y las ganas, aunque los miaus que son muy listos ya conocían sus gustos gastronómicos y se tomaron vacaciones del pueblo a perpetuidad.
La luz deja ver su camisa nueva por la puerta cuando cruza la modista Alfilerines que va para casa a remendar y dar vuelta a todos los cuellos y mangas del pueblo.
Es una artista de la aguja; una aracné a tiempo completo, en los ratos libres trama  romances imposibles con Las Lolós, las gemelas venidas a más que viven en el caserón de la derecha, ese que tiene un árbol tan grande y frondoso.
Ellas están muy orgullosas del roble desde que vieron en el cine Rebeca, y se sienten en el limbo como un Manderly particular, eso sí; sin de Winter ni la señora Danvers.
Con las lanas tejen rebecas y deliran por el maestro, que a su vez delira por Joan Fontaine, tan tímida, tan joven, tan rubia y un poco panoli; mientras lanza miradas incendiarias a sus discípulos, sobre todo al Nenón, cara de bebé y estatura de gigante, para los ocho años que cumplió en Septiembre, que con gomero en ristre dispara garbanzos y piedras a pájaros y chiquillos.
Cuando sale de la escuela, es la pesadilla de Rascayu, se le coloca junto al vidrio del escaparate con la lengua pegada al cristal, a la espera de que el tendero caiga en el chantaje diario y le dé una boina de azúcar.
Este goloso infante se ha enamorado de la niña Carmina, la hija de Olvidín, que sirve en casa del conde del Mal Agrado. Cuando ella y su amiga Chelín que también sirve en la susodicha, oyen la campanilla del Carracuca como ellas llaman al conde; no pueden por menos que rememorar la primera vez que fueron llamadas a su presencia en la alcoba feudal, las ordenó que se metieran en la cama un poco vetusta que ya había visto días mejores de linos y sedas, después de una hora, las mandó levantarse, con estupor aliviado raudas lo hicieron.
A la mañana temprano tendrán que orinar en el bote de las cavilaciones del médico Don Serafín, que no se explica como el decrépito Carracuca tiene esa lozanía con los achicamientos de anís del Mono que trasiega.
Afuera la oscuridad también ha parido a la noche, sale a ella la Feroza satisfecha con el duro de plata en la saca, la cazalla en la barriga, el tabaco en el bolso del mandil, la expresión fiera, ahíta de comida, cansancio y gritos,
Diosa matrona se siente en el pueblo de verdes páramos dormidos.