martes, 25 de junio de 2019

La casona azul

e he perdido de nuevo, tendré que echar mano del GPS,  escribo y voilá aparece la ruta. 
Es más cerca de lo que pensaba, lo suficiente para que la luz aún ilumine suavemente sin que proyecte sombras demasiado oscuras, piensa Marta. 
Son las últimas fotos del día y las últimas que le han encargado para el libro Casas de Indianos.
Durante estos meses de trabajo ha fotografiado casas magníficas, palacios algunas, siempre con un guardián y distintivo, una o varias palmeras que evoca la riqueza conseguida a ultramar que las ha erigido.
La carretera se enreda entre curvas, hasta que a lo lejos en una recta, una ligera niebla difumina el monte, recortándose contra el, un muro alto y la verja herrumbrosa de la entrada.
Aparca, coge las llaves de la casa, cierra el coche con una precaución absurda ya que no hay viviendas cercanas, la Casona azul goza o sufre de total aislamiento.
Al abrir la verja Marta siente un extraño calor en la mano. No le da importancia porque el jardín capta toda su atención, prepara la cámara y a través del visor lo contempla.   
La hierva segada, los árboles podados así como los rosales, delatan un cuidado reciente en el amplio jardín con la altísima palmera presidiéndolo. La casa lleva años en venta y su aparición el libro resultará una excelente y renovada publicidad.  Las fotos se disparan rápido así como una chocante sensación de familiaridad.

Por el objetivo de la cámara, observa la puerta de entrada, a su alrededor las hortensias son las anfitrionas que la aguardan con sus azules desvaídos y melancólicos como la pintura de la fachada principal.
Antes de entrar iré a fotografiar la fachada norte con la galería de madera y cristales sobre columnas de hierro desde donde puede verse el mar. 
Y cómo lo sé,  se pregunta, si solo me han dado la dirección, el nombre de la casa y las llaves, camina rápido hasta la fachada norte, comprobando que tiene razón. 
Como una autómata hace las fotos, después vuelve a la puerta de entrada para abrirla y reconoce con temor el vestíbulo, el salón, el comedor, la cocina inmensa, la alacena y hasta un pequeño cuarto de baño.  
Sube la escalera como sonámbula, en la segunda planta todas las estancias se comunican entre si, en ocasiones por puertas secretas que Marta va abriendo adivinándolas.
El flash del recuerdo da sus fogonazos en los espejos y muebles isabelinos, el papel de las paredes desgajado y los cortinajes destartalados por el tiempo. 
Subiendo a la tercera planta entra en el cuarto de los niños, después en los cuartos del servicio.
El tragaluz inunda de claridad la buhardilla de la institutriz y saca brillos al pequeño cabecero de latón.
Marta se sienta sobre colchón desvencijado y el polvo vuela expandiéndose.  
El calor vuelve ahora inundándola por completo, un humo aparece de la nada haciendo que se levante de la cama tosiendo. En un segundo toda la habitación arde en llamas cada vez más altas y ardientes, pese a ellas, puede detectar la puerta y escapar, pero antes de salir le parece ver a una mujer que se abrasa inmóvil tendida entre las sábanas. Desde el fondo del pasillo Marta ve a otra mujer mirando la llamarada de la habitación con una mezcla de odio y alegría  entrando rauda  en el cuarto de juegos la escucha despertar a los niños con gritos de alarma.
El fuego se propaga por el pasillo, perseguida por el, corre y corre despavorida hasta atravesar la puerta de la entrada.



Cuando abre el coche temblando, Marta trata de serenar sus desbocados latidos, mira la casa, no hay ninguna señal de incendio.
Suena el móvil, contesta tartamudeando. El editor le pregunta si se encuentra bien, Marta le dice que sí y que le llamará más tarde. La llamada la hace tomar contacto con realidad,  tranquilizándola un tanto, piensa que se ha sugestionado con este trabajo sobre caserones antiguos llenos de secretos e historias de fantasmas. Ríe nerviosa para exorcizarlos y lo consigue. 
Al tomar la carretera para Posada de Llanes comienza a llover y trata de olvidar lo que ha pasado  concentrándose en conducir, llegando a la hoy solitaria casa de sus primos.
Un té me tranquilizará, mientras el agua se calienta, recuerda el dossier que se ha traído con información sobre las casas, lo encuentra y lee sobre la Casona.
Gonzalo Olvero Losada emigró de niño a Cuba con sus hermanos mayores en 1885. Al cabo de algunos años ya habían amasado una cuantiosa fortuna. Gonzalo volvió a su tierra en 1908 convirtiéndose en socio fundador de varias empresas consolidadas aún hoy en la región. Construyó La Casona azul, bajo planos del  arquitecto modernista Ignacio Cosen, para su mujer, Alba Palacio.  Tuvieron tres hijos, tras el parto del cuarto Alba falleció. Su hermana Elvira vino a hacerse cargo de sus sobrinos y todos continuaron durante algunos años viviendo en la Casona, hasta que se declaró aquel misterioso incendio que asoló la tercera planta.  La institutriz fue la única víctima de aquel desastre. Se investigó pero no hallaron indicio alguno, declarándolo fortuito.  Aunque se restauró la Casona, la familia nunca volvió a vivir en ella. Gonzalo Olvero la vendió a sus actuales propietarios, una rica familia madrileña que la usaban como residencia de verano. Actualmente está vacía y se encuentra a la venta. 

Marta espantada, piensa en que quizá aunque no lo recuerda ya había leído el dossier y le ha influido. Si eso es seguramente, se repite una y otra vez.  Agotada se acuesta, debe madrugar, mañana vuelve a Madrid, se durmió rápidamente y sin pesadillas.


Meses después el libro se ha editado y le lleva a su madre un ejemplar. 
La madre lo ojea con placer, en la última página asoma la Casona, al verla se queda pensativa. Después de levanta y al volver trae unas viejas fotos de la Casona azul, de una mujer y unos niños en su jardín. 
Cuando estabas con el trabajo del libro, me avisaron de la gravedad de la tía Elena, ya sabes que murió dos días después. Cuando fui a verla parecía muy recuperada, tanto que me habló de historias de familia y me dio algunos recuerdos, entre ellos, estas fotos antiguas. 
La mujer es tu bisabuela. Trabajó al quedarse viuda de niñera e institutriz en esa casa, fue la víctima de la que habla el libro. La abuela era una niña cuando sucedió pero recordaba a su madre muy feliz la última vez que las vio, les prometió que dentro de poco nunca se separarían y vivirían para siempre en una casa azul.
Marta le cuenta lo que le ocurrió en la casona, al terminar en silencio las dos estremecidas se miraron, hasta que la tarde apagó poco a poco la luz intensa del verano.