jueves, 25 de junio de 2020

Última voluntad

Al abrir los ojos de pronto Felipe estaba en un ascensor que bajaba de forma trepidante. 
-¿Dónde estoy? ¿A dónde voy ? ¿Aún estoy vivo?- se pregunta sobresaltado y sudoroso por el calor sofocante tras intentar de secarse la frente con su mano, ve que la piel del dorso es de nuevo joven. 
No tiene tiempo de preguntarse nada más ni alegrarse o asustarse de su recobraba juventud porque el estruendo del ascensor al detenerse es comparable a otra oleada de calor que los aplasta al abrirse las puertas, entonces se percata de que la cabina está repleta de gente desconocida en pie y en cueros como él. 
Alguien o algo desconocido los insta a salir en orden y en fila, desconcertados parecen estar sometidos a una voluntad imperativa, omnisciente e invisible.
Es imposible ver quién o quiénes van recitando nombres en esa antesala en penumbra. 
Uno a uno de la multitud que lo rodea van contestando al nombrarles, al mismo tiempo  se van subiendo a otros ascensores que aparecen y desaparecen. 
Felipe observa que donde se encuentra no es un inmenso sótano ni tampoco una cueva, aunque parezca estar hecho de piedra cuya fosforescencia ardiente se trasparenta en ocasiones por sus paredes.
Al final le han llamado a todos excepto a él.   
Ahora puede ver a quién los ha estado nombrando, un ser bajito con unos cuernos de carnero, ojillos separados y maleficentes, boca cínica y carnosa. 
También desnudo, una cola terminada en punta de flecha se agita tras él, mientras que desgarbadas las piernas se rematan en pezuñas de camello. Tras su espalda se extienden y contraen unas alas de gárgola diminutas y raídas.
-¿Aún no te he nombrado? Qué raro. Cómo te llamas, di rápido que no tengo toda la eternidad para perderla contigo.  
Su lengua bífida al terminar de hablar chasquea entre si como un látigo.
-Me llamo Felipe Suárez García y hasta hace unas horas estaba en una cama del hospital Central. 
Una de las manos del demonio con uñas largas, curvadas y afiladas le detuvo para que se callara,  Felipe lo hizo por cansancio más que por miedo debido sobretodo al bochorno que en ese momento subió de intensidad secándole la boca y agrietándole la lengua.
El ser demoniaco sacó un móvil de antigua generación y llamó a un número oculto. 
Habló un rato y al colgar le informó.
-No apareces por ningún sitio, la multitud que viste son la remesa de muertos de ayer y hoy.
-Por favor un poco de agua- ruega Felipe preguntándose si no será todo una pesadilla y va despertarse ya mismo.
-Esto es un averno antesala y yo su diablo recepcionista. De agua nada aquí pasarás sed eterna. 
El móvil vuelve a sonar con un ruido taladrador. 
El diablillo mira a Felipe al mismo tiempo que habla con el limbo donde tampoco parecen saber nada de él. 
Felipe intenta sentarse pero sus piernas se niegan a doblarse. 
El demonio que ya había colgado de nuevo sonríe con malicia y le advierte: 
-Basta que quieras sentarte para que no puedas, cuando en el infierno desees algo sucederá exactamente lo contrario a tu deseo.
-¿Hay alguien de mi familia o un amigo que esté aquí? pregunta desesperado Felipe.
-No estoy autorizado para darte ninguna información, pero te adelantaré algo, en el averno nadie conoce a nadie.
Un agujero de fuego inmenso apareció de pronto en suelo. El diablo le tira a Felipe una pala para que lo tape. 
Sería imposible medir cuánto tiempo y cuánta tierra estuvo arrojando al hoyo.
Para aliviar la horrible sed que siente, quiere llorar y beber sus lágrimas pero su cuerpo que hasta entonces estaba cubierto de sudoración, se seca tanto que una llaga aparece en su hombro sin que  supure ni una gota de sangre pero que duele de una forma endemoniada.
Una canción de infancia, tal vez una que su madre le cantaba se abre en su memoria acudiendo a darle fuerzas y consuelo mientras palea tierra. 
De pronto no consigue recordar ni una estrofa. 
El pequeño belcebú mientras le mira aburrido, sentencia: 
-Tu memoria tampoco es tuya, será manipulada para atormentarte. 
La antesala abrió una inmensa compuerta, estridente una sirena de fabrica atruena llamando al fin de turno a los nuevos y los viejos prisioneros incontables de este infierno cuando Felipe echa la última palada de tierra y un olor nauseabundo ondea por el aire. 
No debería estar aquí comenzó a decir aunque enmudece por el gesto de cansancio y tedio del ajado maligno. 
-He oído muchas veces lo mismo si vuelves abrir la boca y me fastidias con perogrulladas te pasara esto. 
Entonces Felipe sintió miles de astillas clavándose en su corazón que no producen dolor sino una pena  devastadora. 
Cuando las sucias compuertas de nuevo se cierran, el móvil suena otra vez, el diablillo contesta y discute un largo rato hasta que cuelga. 
Luego contempla a Felipe con una especie de desconcierto que da paso a una expresión de gozo diabólico que abre su boca de dientes astillados y puntiagudos para decirle:
-Esos pacatitos del cielo han investigado tu caso. Apareces anotado en su libro de admisiones, el peso de tu alma es el correcto, sin embargo tu pasaporte de vida se ha perdido y sin el no puedes traspasar las puertas del paraíso celeste.  
Al final me han autorizado para ofrecerte un trato o te quedas aquí en el infierno o te vas al olvido.

Tras un momento hostigado a contestar sin demorarlo más la respuesta ardió desconsolada en los ojos de Felipe.