lunes, 3 de abril de 2023

Albergue EL ARCA

a primera en llegar

 a  este previsible éxodo que plantea sin originalidad cada verano al albergue de perros y gatos fue Chuchilla que, contradiciendo al refrán de perro ladrador poco mordedor, mordisquea y ladra todo aquello que se pone al alcance de sus alfileres de cachorra. 

Presumible especular que su aspecto de chucho mezclado y feucho contribuyó a que nadie se la quedara y al final la olvidáran en la puerta del Arca atada con una cuerda.

Al principio lloriqueó un poco, pero la alegría ilimitada de Chuchilla se repone con los extraños amigables y poseída ladra frenética con una húmeda dicha que asoma en los ojos saltones castaños y en la sonrisa de una boca abierta que deja colgar larga y fina una rosada lengua.

 

El albergue para perros y gatos abandonados a las afueras de la ciudad, se financia con fondos privados casi en su totalidad y otros que aporta el ayuntamiento más unos terrenos municipales que de momento a ningún alcista tientan.

Lo que algunos abandonan sin remordimientos otros lo cobijan y protegen, aquí el personal voluntario se ocupa desde asear las jaulas hasta pasear a los perros, bañarlos, jugar con ellos, algún veterinario colabora de forma desinteresada para atenderlos cuando sea necesario.

 

Galguilla será la segunda abandonada esta semana para hacerle compañía a la cachorra con su estampa esbelta y magnífica mortificada de cicatrices recientes y antiguas que estremecen en su corto pelaje atigrado.

Es posible que alguien la rescatara del maltrato de un cazador o ella misma escapó de el. Una esquina de la jaula que cobija a ambas es el único lugar donde se recuesta para sentir algo desconocido, seguridad.

Chuchilla la observa incapaz de comprender porqué se aleja de ella, los ojos almendrados de Galguilla cuentan una historia tristísima a quien quiera o pueda entenderla desde la distancia porque huye ante cualquier tentativa de acercamiento.

 

La familia una vez recogida la ropa, vendidos los muebles y la casa decidieron deshacerse de lo único que quedaba, Podenquilla, la perra de tres años de la madre. Sin ningún recelo a la maldición del faraón porque la perra es una versión en vivo del sedente dios Anubis custodiando la arena imperturbable del Valle de los Reyes, nadie de los familiares se planteó siquiera ofrecerle un hogar en su casa como tampoco hicieron el mínimo esfuerzo por esperar a que alguien apareciera para dárselo. 

Al llevarla para dejarla en el albergue se convirtió en la tercera presa de la jaula. Podenquilla dormía todo el día esperando que el tiempo pasara muy rápido hasta que la madre fuera a buscarla y volvieran juntas a casa por fin.

 

Chuchilla se desespera cuando intenta acercarse a Podequilla, un gruñido o la vista de unos dientes afilados la disuaden de insistir. 

Los cuidadores del albergue con tantas tareas que hacer tan sólo pueden dedicarle unos minutos hasta que aparece Sabuesilla rondando la puerta del albergue muerta de hambre y sucísima. 

Careciendo de chip canino fue imposible averiguar de donde procedía dejando su pasado y edad a las especulaciones y el misterio. Por su comportamiento abierto y dulce estimaron que al menos no había sufrido maltratos.  

Quizá su historia se cuente de otro modo. 

¿Se perdió huyendo al asustarse cuando daba un paseo con su familia o al seguir un rastro? Lo cierto es que nadie apareció para reclamarla.

Chuchilla encontró en Sabuesilla a una compañera que en ocasiones la tolera y así ambas dan rienda suelta al frenesí de la cachorra hasta que una Sabuesilla agotada literalmente se desmorona sobre el suelo para reponerse, tras unos minutos, impaciente Chuchilla espera a que se recupere, pero Sabuesilla cierra los ojos para descansar en un sueño reparador.

Chuchilla desalentada coge el nudo de juguete emprendiendo una guerra sin cuartel con gruñidos y tirones que deja el cemento sembrado de hilos del despeluchado juguete.

Amparo, la peluquera canina recoge los hilos, llena los tanques de agua, de pienso y juega con una pelota que siempre trae en el bolsillo con Chuchilla que ve colmado su júbilo saltando, brincando para atrapar ese bólido azul tan escurridizo.

La chica es feliz porque hoy han adoptado uno de los perrillos que abandonaron el año pasado.

Mientras juega con la cachorra piensa lo deleznable del abandono de un ser que te necesita, sea humano, animal o vegetal.

Estamos en el peor de los mundos posibles, escuchó alguna vez, cierto, pero también alguna vez Amparo necesita llevarle la contraria al mundo y su filosofía.

 

 Dentro de poco terminará su turno, antes debe ir para atender la jaula de los gatos que se frotarán contra sus piernas, le darán caricias, algún arañazo o mordisco, ella las devolverá con comida, agua y por último peina a Jerjes el imponente gato persa blanco que mañana será adoptado porque los animales de raza tienen probabilidades más altas ante la adopción.

Cada día abandonan a más pitbull cuyas posibilidades de adopción son escasas por no decir mínimas.

A las cuatro abrirá su tienda Mister Can, con la tienda y este albergue, ha encontrado su pasión animalista dos formas de materializarse.

Antes de irse riega las hortensias rosas de la entrada sin percatarse de lo oscuro que se va tornando el cielo de la cercana tarde.

 

La tormenta comienza una hora después precedida del anuncio imprevisto de un estentóreo estampido, apareciendo luego eléctrico, zigzagueante, azul, el primero de los rayos que se dibujan y caen sobre el horizonte segundos antes de que se descargue la tarde y la lluvia en diluvio incesante que impetuoso rebotó sobre la tierra y los suelos de cemento del albergue tal como si pretendiera elevarse de nuevo hasta el nubarrón que furioso lo desembarca.

 Una de las esquinas de la jaula, además único refugio seco , será donde el pánico agrupa a todas las recién llegadas acurrucadas temblando hasta que la tormenta decida terminar. Ninguna ya rehúye a la otra o ésta a la otra, todas parten de la misma espera y esperanza.

En seguida la tibieza del calor del sol que se escabulló rebelde de entre la negrura de las nubes termina por esponjar sus cuerpos juntos, dormidos por el fin de la angustia por el aguacero así los vapores ascendentes se desvanecen en la altura disipando la humedad dejando sólo en la tierra empapada por la lluvia el olor de almizcle tenue repartido por el aire de semillas que dispersan desprendidas los blancos hábitos de los hibiscos.