Ni un único asiento libre. Me toca ir de pie, y eso que hoy me duelen los pies. Mis pies planos fueron la causa de las burlas de mis compañeros de clase y hoy suponen la razón de que utilice el metro para recorrer distancias tan insignificantes como ésta. ¿Cuántos metros hay desde el punto A al punto B? La distancia más corta no es una línea recta, es una línea de metro. Hoy el punto B es cualquier bar donde me pueda desprender de los recuerdos de mi estúpida vida o, por lo menos, intentarlo si el dinero que llevo encima no me da para la ansiada amnesia.
Las realidades empiezan siempre con un sueño... Me escuece el corte que me he dado esta mañana al trocear el pan.
¿Y ese olor? viene de la mujer sentada en frente de mí. ¡Cómo aferra su bolso! Tiene nieve en el pelo, la luz del metro le pone gamas y temperaturas de frío, su mirada es hacia dentro, algo la crispa, sus manos son garras de presas, una vieja lechuza blanca, huele a musgo como mi tía Sibila que también miraba hacía adentro y leía los posos del té.
El revoloteo en las tripas no me abandonan ni un segundo, ni una milésima, las mariposas muerden, traquetean mis vísceras, quiero acallarlas quiero apabullarlas con alcohol.
En la barra de ese bar, que está cerca, al bajar en la próxima parada, tengo los pies de noche y sed en el alma.
Estoy acostumbrado al frío igual que al fracaso, por eso no me sorprende que una mañana de diciembre haga tanto frío como hace hoy, ni que no haya escrito nada bueno desde… ¿Alguna vez escribí algo bueno? Sí es cierto que he tenido alguna buena idea que otra, como mi relato “Las mariposas hambrientas”. Al principio, incluso Ángeles Mastretta llegó a decirme que… Pero hoy nadie me dice nada porque ya nada escribo, y eso que escribir es lo único que se me da bien.
¿Qué fue lo último que publiqué? Ah, sí, aquél relato en esa revistucha que no se dignó a leer ni siquiera Marina, y eso que por aquel entonces tenía a bien llamarme poeta. Claro que, por aquel entonces, también tenía a bien acostarse conmigo, pero ahora… Creo que me ha salido una ampolla en la planta del pié derecho.
Siento el roce de su brazo aplastándome el pecho, le miro el perfil de soslayo, tiene cara de bruto, las pupilas paralelas al vidrio donde se refleja son concupiscentes, erráticas, está salivando, le doy un codazo disuasorio que sorprendentemente surte efecto.
Cierro un instante los párpados que laten con ausencia de brisa marina que se me cuela por los poros de aquel verano de atraque en el estuario de Shamnon.
La lluvia en mis manos, saltaba sobre los charcos del muelle.
Mi padre volvía, retornaba en el Argos.
¡Qué rubia estás! - me dijo. Entre sus dedos enredó mi trenza. Nunca volví a verle.
Tenía sed de mar, sed de mal, como el nombre del bar del cercano apeadero.
Llevo buena parte de mi vida jugando a ser humano. No soy lo que la gente se espera. No soy lo que creen que soy. Quiero ser igual que tú. Me lo he propuesto una infinidad de veces. Como aquella vez que pedí a Sara que nos fuéramos a vivir juntos. Como aquella vez que preparé el desayuno para Carla. Pero se dan cuenta enseguida. Carla no tardó en decirme que la dejara en paz, que la estaba exprimiendo como había exprimido la naranja para hacer el zumo. Sara me tiró a la cabeza el oso de peluche que le regalé por su cumpleaños mientras gritaba entre lágrimas que eso no se le hacía a la chica a la que amabas. Eso a lo que se refería Sara era un relato que se publicó no-recuerdo-dónde inspirado en nuestra relación. No valía ni la tinta con la que se imprimió.
No soy lo que la gente se espera. No merece la pena que siga escribiendo. Quizá no sea tarde para poner algún negocio. Una tienda de música. Total, hasta ahora he estado viviendo de… ¡Maldita sea! Se me ha parado el reloj.
Viene a mi garganta un canto de mariposas hambrientas, una sonata de recuerdo, un sueño recurrente, un sueño traspasado a... He tenido muchos, como aquel de la canción de Sara...
De pronto le veo. Está a mi izquierda, cerca de la puerta automática. Es un chico con cara de poeta muerto, con el pelo revuelto en oscura rebelión.
Me fascina su figura frágil, sus ojos giran y giran a la par de su extravío, hay en ellos una luz de visionario sin visión, de amante sin amor, de sesión en el infierno, de divino sin comedia, de guerra sin armas ni batalla.
Me ha recorrido un escalofrío acerado sin titubeos en el aire hasta la médula.
¿Le conozco? Le he visto en alguna parte, en otra vida pretérita, presente, futura.
Me levanto como un resorte, no puedo, no quiero dejar de mirarle.
Sin embargo me tengo que apear en la calle del Olimpo.
Es la última vez que me tima el relojero. No pienso llevarlo a arreglar. Total, ¿qué más da la hora que sea?
¿Me está mirando? ¿Por qué tendría que hacerlo?
Esa chica de larga trenza rubia y mirada castaña es el ser más bello que he visto en mi vida. Parece haber salido de un fresco de Botticelli, de alguna canción que alguna vez he escuchado o que algún día escucharé.
Me está mirando. No hay duda. Ya no me importa que el reloj no ande o que me duelan los pies.
No sé porqué, pero creo que mi próximo relato estará ambientado en un vagón de metro. Las musas existen.
En ese instante se abrieron las puertas. Si querían ir a ese bar al que habían planeado ir por separado debían apearse en ese momento.
Se acercaron el uno al otro y se besaron.
- Relato de Blas Mártinez
- Relato y dibujo de Paloma Blázquez