miércoles, 24 de marzo de 2010

Érase una vez





Érase que se era el velo de la luz y de la selva
era una laguna y sobre ella un romance de gesta
flotan las hojas gigantes plagadas de muescas hendidas por el torrente de las lluvias.
A su lado una ninphea blanca perfuma con olor de piña el amanecer
fascinado un insecto goza del néctar  

dentro, muy dentro de la fémina flor y ésta se deja hacer 
cerrando una captura al goloso seductor que acariciando liba sus corolas,
soltando el rastro seminal con sus patas expeditas y libidinosas.
Vuelve abrirse dejando en libertad a su amante y es entonces cuando mutando 
convierte su piel de pétalos en rosa y en macho. 
Cerrándose otra vez se sumerge y no emerge más, agoniza dentro de las aguas. 
Pero antes incuba las semillas germinadas de un amor que puede dormir hasta despertar
tras  un intervalo de treinta siglos.

Creemos los humanos entender las metáforas con
 idilios de espesura porque o las pintamos o los escribimos.