Una vela para que llene tu silla vacía
doy la vuelta a mi bola de las nieves.
Tú atizabas el carbón enrojeciéndote de rosa las mejillas
yo escribía la carta de los deseos para oriente.
No le puse sellos, llegará igual dijiste.
Mirábamos centellear los árboles por la avenida.
Entonces te acordabas de tu padre
en el talud de las trincheras
recogiendo en su camilla tu niñez
y desangrada su guerra.
¿Quién quiere castañas calientes?
voceaban las calles de mi libro.
Los gallos cantan otra vez
las largas docenas de la noche
donde los cuentos de navidad
encienden cerillas y fantasmas.