Enciende la luz de la mesilla, hace unos minutos que la luz última del sol cohabita
con las farolas de la calle.
Prepara una cena frugal mientras ve en la televisión una vieja película de espías,
con fastidio comprueba que la menta poleo se ha terminado, diciéndose que
cuando venga Alicia tendrá que recordarle que la compre.
Alicia, su mejor y su única amiga del bachillerato, el lazo que la une con el exterior
desde que hace años optó por la reclusión en su apartamento a causa de la agorafobia.
Alicia jamás la condena ni la juzga ni le hace preguntas.
Abre la tapa del ordenador en reposo, mientras escribe, maximiza ahora el open office
donde durante dos horas diarias teclea una novela, que será su primera y única narración
inédita, que la desvela después de los cuartos crecientes de la medianoche.
Sucediéndose solos los renglones en negrita porque las letras del ordenador le dictan
una historia periférica que ellas solas cavilan.
Cierra un segundo los ojos para escuchar con los auriculares, una tormenta marina
en la ventana minimizada de youtube y cierra la otra pantalla donde a las mañanas y a
las tardes, redacta a comisión cartas de despido para empresas, misivas cobardes de adioses
al desamor, anuncios creativos por palabras y esquelas en verso para familias desoladas.
Le abre la boca un bostezo cuando de pronto comienza a subir una nevada blanquiazul.
No cae si no que se eleva del suelo asciendo al techo y allí forma una bóveda de escarcha
que cubre hasta la ventana.
Cierra los ojos por creerse víctima de una alucinación.
Abre uno, después el otro, atónita mira a una mujer joven sentada en su sofá chester
cuarteado y le murmura: ¿Quién eres tú? ¿Cómo has entrado aquí?
Reconoce a su yo de hace veinte años.
Pero es imposible todo esto es una pesadilla, piensa.
Con la nieve aplacada comenzaron a conversar hasta que amaneció
entonces preguntó a su espectro
si la muerte duele.