domingo, 4 de noviembre de 2012

El cruce






Estira su uniforme de falda con chaqueta negra y camisa blanca. 
Un pequeño pañuelo le circunda el cuello, lo toca y atusa el pelo con los dedos.
Sofocada tras la carrera, acaba de volver corriendo de su media hora para desayunar en la cafetería a la vuelta de la esquina, cerca de la estación de autocares de la ronda Sur.
Pero no ha ido a desayunar porque cada año bisiesto se sienta en la parada esos veinte minutos a esperar.
La primera vez que le vio llevaba una carpeta de colegiala con fotos pegadas de Corfú y minifalda con calcetines de lunares.
Sucedió un sólo de miradas durante el trayecto, fue tan intenso que ella incluso dejó pasar su parada hasta que él se apeó.
Antes de hacerlo le sonrío y el sol brillo dorándose un poco más.
Desde entonces todos los bisiestos acude a una cita para volver a encontrarle.
Este bis anuario tampoco apareció.
La acoge un aroma en onzas de almizcle y ambar gris en su sección de perfumería y el din don din anunciando con voz neutra y lenta una nueva gama de cosméticos.
Una clienta con la expresión amarga, acercándose le pregunta si hay un perfume de oferta que encadene la pasión.
Ella cortés y ausente le dice que el único aroma permanente es el de la imaginación.

Media tarde, el turno ha terminado, va a quitarse el uniforme para al salir ir a la feria ambulante arribada este ocre otoño en el solar y así sonsacar a la echadora de cartas zíngara en dónde el cruce de las miradas perdidas.