Apenas duerme, lo impide la banda sonora de una tormenta de relámpagos, similares a los que dieron vida, al monstruo melancólico que lloraba a la orilla del lago, al lado de una niña con una muñeca en los brazos.
De pronto la canción de un borracho desvanece la evocación. Cuando al fin se calló, se durmió unas horas, hasta que el timbre del despertador tocó.
Al abrir la puerta del coche las manos le tiemblan un poco, mete la llave en el contacto; pisa el embrague, mete la primera, después la segunda, pisa de nuevo a fondo el acelerador, ahora la tercera, aminora la velocidad acaba de amanecer.
Piensa en la marcha atrás del coche y en el ojalá pudiera hacer lo mismo con su decisión.
Sintiéndose amedrentada, sin saber muy bien porqué, ni como va a manejar la situación.
Le viene al pensamiento una obsesiva imagen del cuadro: La rueda de presos de Vincent Van Gogh.
Aparca a unos metros de la entrada al penal, para antes fumarse un canuto.
Vas de mal en peor, sólo a ti se te ocurre fumarte un porro en la puerta de la cárcel de mujeres, piensa con una ironía pueril que le arranca una risa fácil.
Dos caladas lo tira sintiéndose un tanto relajada al menos no le tiemblan las manos.
Pasa el control de la puerta, al aparcar advierte a una funcionaria que la espera. Saludándose la acompaña a los talleres de actividades para presas.
La funcionaria le comenta, que el nuevo taller ha tenido aceptación con las reclusas quizá por la novedad.
Bien, aquí es, la esperan, todas suyas, debajo de su mesa hay un timbre por si necesita algo o hay algún incidente.
Su voz tiene una tonalidad tan metálica como la puerta que se cierra tras el chasquido hermético, al penetrar por ella.
Saludando se presenta, diciendo su nombre e invita a las mujeres que la miran con curiosidad, a que le digan los suyos.
Distribuyendo material sobre las mesas, les pidió para comenzar, que tratarán de dibujar un bodegón sencillo que improvisa sobre su mesa.
Le sorprende la docilidad con que colaboran y durante unas horas todas ellas se afanan en su dibujo, todas menos una que mira al vacío tan inmóvil como una escultura de yeso.
Sus ojos son dos piedras de basalto negrísimas sobre un rostro muy pálido, entre sus abrazos guarece una muñeca de trapo.
Con alivio comprueba que ha terminado su primera jornada.
Cuando abre la puerta del coche, mira el edificio ominoso, sintiendo una gran vergüenza pero de si misma, va a volver mañana, ya no puede dejar de hacerlo.
Sube al coche después de unos kilómetros lo aparca cerca de una vereda para sentarse cerca del río.
Rememora cuando él la llamó, si lo aceptas ya tienes trabajo.,
A pesar de todas las veces que la engañó con conocidas con desconocidas, hasta que cansada de ese amor tormentoso de idas y vueltas, le dejó.
Sabe que pesar de todo, nunca podrá dejar de quererle, él a ella tampoco.
En la distancia trata de cuidarla aunque tiene a otra mujer más joven, más alta, más rica, más alegre y una hija.
Ese fue otro de los problemas que ella no podía tener hijos.
Se quedó sola con su único amor que también la maltrata.
Dos años desde que él no está y ella encerrada en su taller destroza todos sus cuadros, su marchante harto también ha dejado de llamarla y hostigarla.
Los meses siguientes se entregará a estas clases con las presas excavando juntas túneles dentro y fuera de si mismas.
Ladronas, estafadoras, drogadictas, prostitutas, asesinas, pintan, todas menos una.
Nunca habla, ni participa limitándose a sentarse delante de su caballete de mesa, en una total inmovilidad.
Las otras observándola con desprecio e incluso cuando creen que no las ve la escupen.
Una mañana no ha venido al taller, pregunta a las otras por ella.
Está en la enfermería alguien le ha dado su merecido a esa puta que mató a su hija, dice con sarcasmo una de ellas.
¿Por qué estás tú aquí? Le pregunta.
No me lo digas no quiero saberlo ya te han condenado ¿verdad ? no estoy aquí para hacerlo yo.
Es que... intenta proseguir.
Basta, me has entendido, basta.
Durante unas horas al día tenéis un papel o una tela con un espacio o una puerta abierta para salir o entrar allá donde queráis ir.
¿Os sirve para algo?
Supongo que no, pero: ¿Tenéis algo mejor que hacer?
No me importa si sois ladronas, putas, drogatas o asesinas,
si tenéis razón o ninguna para lo que habéis hecho y ni que incluso cuando salgáis continuéis haciéndolo.
Os doy las gracias, por venir todos los días para pintar, ahora por favor sigamos.
Después de la clase pidió verla en la enfermería.
La encontró en la cama con los ojos cerrados uno de ellos hinchado, la cara magullada y los dedos de la mano izquierda rotos. Sin decirle nada le dejó su vieja muñeca de trapo junto al embozo.
Después de unas semanas volvió con ella en su regazo,para quedarse tan inmóvil como de costumbre.
Los meses siguientes desarrollaron de una actividad intensa involucradas en una obra conjunta, un patchwork que expondrían en los muros de la cárcel.
Pintando en una total complicidad, como si nada fuera más importante que eso. Incluso la presa taciturna comenzó a hacerlo, volteando su cuadro sobre la pared para que nadie lo vea.
Una mañana estaba expuesto, concluido sobre el caballete.
Por primera vez la miró para atraer su atención, con un impulso se levantó para ver el cuadro.
Sobrecogida al verlo intenta hablarle pero ella con suavidad levantándose le deja la vieja muñeca abandona el taller y todas intuyen que no volverá.
Al volver a su casa comienza un collage, primero una caja traza y recorta unas rejas, después dibuja la cara del monstruo de Mary Shelley; un ojo con otra una reja en su iris, una respiración contenida en la nariz, una boca silenciosa y una cara de muñeca con dos rosetones rosa y sin labios.
Cuando termina prepara además un fondo negro para la caja cárcel y con hilos oscuros traspasa los dibujos con la misma aguja vuelve a traspasar el borde de la caja para suspenderlos entre las rejas.
Los hilos del móvil con los dibujos giran en un oscilación perpetua rotando sobre si mismos con sus sombras proyectadas moviéndose en el fondo.
Alejándose lo mira y un sollozo le rompe sobre el cuello.
Al abrir la puerta del coche las manos le tiemblan un poco, mete la llave en el contacto; pisa el embrague, mete la primera, después la segunda, pisa de nuevo a fondo el acelerador, ahora la tercera, aminora la velocidad acaba de amanecer.
Piensa en la marcha atrás del coche y en el ojalá pudiera hacer lo mismo con su decisión.
Sintiéndose amedrentada, sin saber muy bien porqué, ni como va a manejar la situación.
Le viene al pensamiento una obsesiva imagen del cuadro: La rueda de presos de Vincent Van Gogh.
Aparca a unos metros de la entrada al penal, para antes fumarse un canuto.
Vas de mal en peor, sólo a ti se te ocurre fumarte un porro en la puerta de la cárcel de mujeres, piensa con una ironía pueril que le arranca una risa fácil.
Dos caladas lo tira sintiéndose un tanto relajada al menos no le tiemblan las manos.
Pasa el control de la puerta, al aparcar advierte a una funcionaria que la espera. Saludándose la acompaña a los talleres de actividades para presas.
La funcionaria le comenta, que el nuevo taller ha tenido aceptación con las reclusas quizá por la novedad.
Bien, aquí es, la esperan, todas suyas, debajo de su mesa hay un timbre por si necesita algo o hay algún incidente.
Su voz tiene una tonalidad tan metálica como la puerta que se cierra tras el chasquido hermético, al penetrar por ella.
Saludando se presenta, diciendo su nombre e invita a las mujeres que la miran con curiosidad, a que le digan los suyos.
Distribuyendo material sobre las mesas, les pidió para comenzar, que tratarán de dibujar un bodegón sencillo que improvisa sobre su mesa.
Le sorprende la docilidad con que colaboran y durante unas horas todas ellas se afanan en su dibujo, todas menos una que mira al vacío tan inmóvil como una escultura de yeso.
Sus ojos son dos piedras de basalto negrísimas sobre un rostro muy pálido, entre sus abrazos guarece una muñeca de trapo.
Con alivio comprueba que ha terminado su primera jornada.
Cuando abre la puerta del coche, mira el edificio ominoso, sintiendo una gran vergüenza pero de si misma, va a volver mañana, ya no puede dejar de hacerlo.
Sube al coche después de unos kilómetros lo aparca cerca de una vereda para sentarse cerca del río.
Rememora cuando él la llamó, si lo aceptas ya tienes trabajo.,
A pesar de todas las veces que la engañó con conocidas con desconocidas, hasta que cansada de ese amor tormentoso de idas y vueltas, le dejó.
Sabe que pesar de todo, nunca podrá dejar de quererle, él a ella tampoco.
En la distancia trata de cuidarla aunque tiene a otra mujer más joven, más alta, más rica, más alegre y una hija.
Ese fue otro de los problemas que ella no podía tener hijos.
Se quedó sola con su único amor que también la maltrata.
Dos años desde que él no está y ella encerrada en su taller destroza todos sus cuadros, su marchante harto también ha dejado de llamarla y hostigarla.
Los meses siguientes se entregará a estas clases con las presas excavando juntas túneles dentro y fuera de si mismas.
Ladronas, estafadoras, drogadictas, prostitutas, asesinas, pintan, todas menos una.
Nunca habla, ni participa limitándose a sentarse delante de su caballete de mesa, en una total inmovilidad.
Las otras observándola con desprecio e incluso cuando creen que no las ve la escupen.
Una mañana no ha venido al taller, pregunta a las otras por ella.
Está en la enfermería alguien le ha dado su merecido a esa puta que mató a su hija, dice con sarcasmo una de ellas.
¿Por qué estás tú aquí? Le pregunta.
No me lo digas no quiero saberlo ya te han condenado ¿verdad ? no estoy aquí para hacerlo yo.
Es que... intenta proseguir.
Basta, me has entendido, basta.
Durante unas horas al día tenéis un papel o una tela con un espacio o una puerta abierta para salir o entrar allá donde queráis ir.
¿Os sirve para algo?
Supongo que no, pero: ¿Tenéis algo mejor que hacer?
No me importa si sois ladronas, putas, drogatas o asesinas,
si tenéis razón o ninguna para lo que habéis hecho y ni que incluso cuando salgáis continuéis haciéndolo.
Os doy las gracias, por venir todos los días para pintar, ahora por favor sigamos.
Después de la clase pidió verla en la enfermería.
La encontró en la cama con los ojos cerrados uno de ellos hinchado, la cara magullada y los dedos de la mano izquierda rotos. Sin decirle nada le dejó su vieja muñeca de trapo junto al embozo.
Después de unas semanas volvió con ella en su regazo,para quedarse tan inmóvil como de costumbre.
Los meses siguientes desarrollaron de una actividad intensa involucradas en una obra conjunta, un patchwork que expondrían en los muros de la cárcel.
Pintando en una total complicidad, como si nada fuera más importante que eso. Incluso la presa taciturna comenzó a hacerlo, volteando su cuadro sobre la pared para que nadie lo vea.
Una mañana estaba expuesto, concluido sobre el caballete.
Por primera vez la miró para atraer su atención, con un impulso se levantó para ver el cuadro.
Sobrecogida al verlo intenta hablarle pero ella con suavidad levantándose le deja la vieja muñeca abandona el taller y todas intuyen que no volverá.
Al volver a su casa comienza un collage, primero una caja traza y recorta unas rejas, después dibuja la cara del monstruo de Mary Shelley; un ojo con otra una reja en su iris, una respiración contenida en la nariz, una boca silenciosa y una cara de muñeca con dos rosetones rosa y sin labios.
Cuando termina prepara además un fondo negro para la caja cárcel y con hilos oscuros traspasa los dibujos con la misma aguja vuelve a traspasar el borde de la caja para suspenderlos entre las rejas.
Los hilos del móvil con los dibujos giran en un oscilación perpetua rotando sobre si mismos con sus sombras proyectadas moviéndose en el fondo.
Alejándose lo mira y un sollozo le rompe sobre el cuello.