Un atisbo del sol seca, la llovizna sobre los hombros al salir de cobrar en la cola de banco.
A la cola de todas primaveras que han pasado, hasta jubilarle.
Cuántas, tantas colas enfrente de una mesa de funcionario,
que de oscuro le vestía, dejándole en la cara, desengaño lleno de arrugas.
Espera en la cola al autobús, a la vuelta él y el mediodía harán cola en la panadería
y en la suerte que administran las quinielas.
Son las diez al bajar en la parada, recorrerá las tumbas a la cola, como todos los primeros de mes, para volver a recordarle a los huesos de su amigo, como hacían cola antes de entrar en la escuela, después de que la nieve coleando cayera borrando la cola de sus huellas.
O las colas en el cine estrenando aquella de gánsters o como esperaban otra para el rancho y otra para ir a los lavabos, otra más al desfilar
y todos los domingos juntos, que de permiso hicieron cola en el burdel.
Volverá a casa caminando entre la cola del ir y venir de la gente, con la cola de las horas, los minutos y los segundos dando vuelta en el reloj, atravesará el parque de castaños que hacen cola en el camino de gravilla.
Al borde de la acera se detiene casi al lado de la última farola, que en cola proyectarán sombras verdes en la cola de calle.
Espera a que el semáforo enseñé a su hombre verde y sentirá la cola del viento, alzará la vista a las nubes, que poco a poco sin permiso, lo mismo que los suspiros o los gritos,
a la cola desaparecen.