domingo, 2 de diciembre de 2018

La persistencia de la memoria

Odio a mi hermano, aborrezco a mi madre, mi padre me repugna, detesto mi nombre, no es mío, es de él. No tengo ojos, ni piel, no tengo nada, son suyos, juegan a ser yo, sin ser yo, siendo él.
Antes de comer, un saltamontes ha cruzado a saltos el jardín, corrí al verlo despavorido lleno de asco y pánico,  sin aliento hasta la playa desierta.
Escucho que me llaman desde muy lejos, no contesto y creo ser una niña que encuentra una caracola y levanta con su mano el velo del mar. Además veo transformarse a las rocas de la playa bajo el sol, en seres gigantescos que se mueven y avanzan hacia mí.
Alguien desconocido se me acerca y me habla pero no me atrevo a mirarle ni a contestarle, noto al correr una cortina de arena encubriendo mi huida.
Al volver a casa mi madre me abraza diciéndome al oído que mi hermano y yo somos como dos gotas de agua, no puedo soportar escucharlo otra vez más. 
Escupo a mi madre, pateo todo lo que voy encontrando, incluso al gato Babú que duerme la tarde plácido y feliz. Babú salta asustado y salto yo sobre la silla para subirme a la mesa donde rompo platos y vasos, salta además el agua como una  lengua líquida al hacerse añicos el cristal de la botella.  
Al bajarme de la mesa me corto los dedos, sangrando, sollozo por el miedo y el dolor.  
Aparece mi padre al escuchar tanto alboroto. Zarandeándome para que me calme, examina la herida, espera a que me la curen y entonces me da un bofetón que me deja ardiente la mejilla, pero aún más me queman los oídos al escucharle decir: Tu hermano jamás tendría este comportamiento, vete a la cama.
Luego advierte a todas las mujeres de la casa incluidas mi madre y mi hermana pequeña que no pueden darme comida, ni entrar en mi habitación, ni dejarme salir hasta que él lo autorice. 
Me tumbo en la cama, cierro los ojos, los vuelvo abrir, oscurece y me parece ver hormigas que salen de mi mano para desfilar por la pared. Tengo que quedarme muy quieto solo así desaparecerán. Cuando ya no se oyen ruidos, intento salir, nadie de la casa sabe que por las noches les espío, incluso por el día si consigo pasar desapercibido. El verles sin que me vean me inunda de placer.
Forcejeo suavemente con el pomo, la puerta está cerrada con llave, percibo su frío dorado y lo acaricio.
Lloro frustrado al volver a la cama y como tantas noches para poder dormir me imagino dentro de un ataúd, muerto.
He soñado que los relojes eran blandos y la memoria dura, que una muchacha en una habitación vacía miraba por la ventana, el mar.  
Sueño que estoy loco, que siempre tengo miedo, sigo soñando y ahora, recuerdo lo que todos olvidan:  mi hermano murió siete años antes de mi nacimiento.

Cuando amanece despierto habiéndolo matado por fin, nada, nadie podrá resucitarle nunca más, desde este instante seré eternamente el único Salvador Dalí.