miércoles, 28 de abril de 2021

Pandemiun

Escucho un grito entrando en la sala, después un segundo y otro más fuerte bajando por la escalera.

El cuarto me lo escupe directamente a la cara, una erupción de quejas y amenazas salidas de la boca cráter de mi hija Dafne por nuestro traslado al norte, a lo que llama esta apestosa casucha, tras irnos de nuestro piso en Madrid huyendo de la pandemia de covid-sars19.

Los contuve con silencio hasta que frustrada Dafne da un portazo quedándose con el pomo en la mano.

Su estampa de post punk adolescente agarrando el pomo sin puerta me hace soltar carcajadas y ella está a punto de hacerlo también aunque se lo impide su orgullo de underground.


Esa madrugada los cuatro gritos volvieron a resonar de nuevo, al principio pensé que formaba parte de un nuevo método de venganza, aullar a todas horas incluso en plena noche impidiéndome dormir. 

Al verla salir al pasillo con cara de temor me asusté también por ese eco retrospectivo que devolvió sus chillidos horas después. 

Trato de convencerla y convencerme de que la madera de la casa es demasiada vieja por lo que sus crujidos son similares a gritos sobre todo cuando va a llover y las tablas del suelo perciben la humedad y se hinchan.


Me observa como si estuviera loca y volvió a refugiarse en su nuevo cuarto bufando.

Yo me voy al mío intentando creerme mis propios argumentos.


Intento dormir porque mañana me espera un duro día tratando de poner la casa en orden, además a primera hora vendrán los de Orange para instalar internet.

Esa fue otra de las condiciones para alquilarla además de que se ubicara en la ciudad y poseyera un jardín pequeño.

La inmobiliaria entendió perfectamente mis deseos esmerándose en encontrarla ahora que tanta gente busca vivienda en Asturias para alejarse de la pandemia del coronavirus. Al fin me consiguieron este destartalado caserón tanto en el interior como el jardín.


Detesto la suciedad y el desorden tanto como odio la mentira o la crueldad.

Aunque cayendo en mis propias contracciones mentí a Dafne, no una sola vez sino varias, le mentí incluso sobre su padre. Mentí así mismo sobre esta venida haciéndolo pasar por un tiempo de alejamiento con billete de vuelta con lo que también fui cruel.


 A la mañana siguiente cuando bajo a desayunar Dafne ya está en la cocina, ha hecho café y bebe ese intragable zumo detox y me mira horrorizada cuando sucumbo a la mantequilla y la mermelada.

La celulitis y el azúcar acabarán contigo, madre- me espeta con suficiencia y me olvida a mí y mi respuesta pues su móvil atrae toda su atención.


Los de Orange tocan el timbre haciendo sonar un ring ring enmohecido. Les abro y dejo en su quehacer mientras asciendo la rechinante escalera que lleva a la segunda planta donde hay cuatro habitaciones y dos cuartos de baño completos, uno de ellos con una antigua bañera de patas en forma de garra.

La primera planta está ocupada por una amplia sala con un gran ventanal de pequeños cristales pavimentada por un precioso suelo de madera de caoba oscurecido por el tiempo que necesita urgente un acuchillado. A la izquierda un pequeño arco enmarca la puerta de una confortable cocina con muebles de madera clara en bastante buen estado y un encantador suelo de damero cuyas losetas negras sufren del desgaste también del tiempo y en algunas partes las jaspea de gris.

Este suelo deslucido haría las delicias de un decorador obsesionado con piezas desgastadas vintage.   

Al lado de la pila del fregadero una anticuada nevera ofrece repentinos ruidos y sacudidas súbitas a su lado una puerta da acceso al aseo empapelado con un descolorido papel de florecitas.

Toda la casa necesita reformas incluso el pequeño jardín habitado por un único árbol. 

El magnífico laurel  fue el causante definitivo de que eligiera esta vivienda entre las otras que me ofrecieron, una decisión sentimental e impulsiva como tantas otras que he hecho en mi vida.


Dafne significa laurel, la elección de este nombre para mi hija tampoco fue casual. 

Mi madre solía contarme cuentos sobre mitología clásica al acostarme.

Mi preferido era la versión que ella improvisaba siempre del poema de las metamorfosis de Ovidio sobre Dafne y Apolo.

Además tenía entre sus libros, una fotografía enmarcada de la espléndida estatua de Bernini que los representa.

El escultor plasmó el instante en que la ninfa Dafne comienza a convertirse en un árbol de laurel antes que el dios Apolo la atrape. 

Con aquellos cuentos míticos mi madre concitaba belleza y fantasía en mi pequeña vida.


Mi recuerdo desaparece alterado por el alboroto que mi hija monta al bajar la escalera de castaño que conduce a la buhardilla. Me informa que allí hay una serie de muebles viejos casi hechos pedazos que seguro van a matar de placer a una hipster como yo.

Continua bajando, no sin antes advertirme, que el viejo baúl se lo adjudica para ella.

Que muestre interés por algún objeto me entusiasma aunque mantengo un buen cuidado de que no lo note esta nihilista de pelo azul.





Ni intentes ducharte sale una especie de pasta maloliente del grifo- añade corriendo escaleras abajo para salir e irse antes de que intente detenerla ya que no conoce la ciudad ni a nadie en ella.


Examino el grifo de latón de la bañera, el agua corre fluida y limpia, sin embargo pesé a que estemos a mediados de junio, un frío tan repentino como glacial me hace tiritar de pronto.

Cierro la ventana con forma de arco ojival aunque antes me asomo por ella y contemplo el escaso jardín tan henchida como lo haría una reina desde su torre columbrando su vasto dominio.

La temperatura de fuera parece normal para esta primavera pero necesito una chaqueta y voy en su busca. 

La encuentro en una de las maletas aún si deshacer, debajo de ella aparece el pañuelo de cuello que mi madre solía usar más menudo con sus flores blancas sobre un fondo rojo vibrante. 

El verlo me encoge el estómago porque la rememoro entrando por urgencias en el hospital con síntomas graves un dieciocho de marzo.

Tras unas horas nos informaron que se había infectado de esa nueva enfermedad que furiosa empezaba arrasar como pandemia.

Desde ese momento nos impidieron acompañarla pero cuando me era posible iba enfrente  del edificio del hospital para sentirla cerca.

Necesito pensar que la muerte vino a por ella una de esas veces en que yo miraba la que creía su ventana.  

Ni siquiera pudimos velar su cadáver, tampoco tuvimos la elección de una tumba únicamente nos entregaron cenizas para hacerla regresar al viento.

Su muerte fue una estadística más entre miles de cuerpos en medio de esta atroz adversidad.


Me pongo el pañuelo, la levedad de la seda me roza el cuello, lo acerco a la cara y me reconforta su olor a violetas pero también reaparece el agujero que abrió su muerte.

Abismo sin fondo ni forma haciéndome caer y caer en una oscuridad interminable donde se suspendían desiguales y sin longitud mi dolor y el pánico. 

Me miré hundida en el y quise escapar de la pérdida y del vacío que continuamente recomienza.

¿Únicamente existimos de verdad cuando amamos y nos aman?   Eso creo, apenas estoy segura de nada de este mundo pero sí de que mi madre me quería.

Nunca fue demasiado cariñosa, es más incluso en ocasiones se mostraba distante conmigo como si no deseara que dependiera de ella en exceso, ahora pienso que trataba de convertirme en lo que soy, una sobreviviente que sigue adelante sin saber hacia adónde.

Ese duelo sin fondo ni forma dio paso a su causa y efecto. Si la causa fue su muerte, huir de ella trayéndonos hasta aquí fue el efecto.




Instaladas desde mayo los días de primavera transcurren y se van, en los meses de verano me afano en el jardín intentando cultivar fucsias u otras flores acompañado mi empeño del rechinar de una de las gruesas ramas del árbol que medio partida se hacía oír cuando soplaba el sólido nordeste.

Olvidaba talarla o quizá es que siento renuncia a hacerlo. Me siento frustrada ante el fracaso de mis esfuerzos de jardinera sin conseguir más que algún tallo raquítico pese a los consejos de la vecina, que vivía en el chalet de al lado.

Mi vecina es una mujer mayor, muy flaca y con una piel tan traslúcida que deja entrever la red cruzada de sus venas azules conquistando toda su fisonomía.

Suele usar unos vestidos claros que paradójicamente estilizaban todavía más su cuerpo enteco semejante al tallo de una flor que busca ansiosa la luz en la penumbra con que la castiga un elevado muro.

Sin embargo su jardín era un luminoso y minúsculo edén donde se alternan y compiten en forma, color y aroma puñados de flores. 


Sin duda Dafne es más feliz que yo en nuestro nuevo destino además ha hecho tres amigas.

A las que rebautizo como Chachi, Mogollón y Mola por tantas veces como cada una de ellas repite esas expresiones. En alguna ocasión se me escapa llamarlas así sin que ellas lo adviertan o si lo hacen lo ignoran salvo una Dafne que me mira intentando matarme.

Mola tiene una extraña belleza, delgada y alta con un tatuaje sobre su largo cuello que lo cubre totalmente de negro para que destaque otro tatuaje de una rosa verde. Lleva su tupido pelo muy corto y hacía arriba consiguiendo que el cuello se alargue y destaque todavía más. 

Invariablemente se viste de negro, con ropa larga, amplia o ceñida y botas militares. 

A pesar de su estampa formidable es lacónica y discreta.

Mogollón mueve un cuerpo voluptuoso y un carácter de líder.

Chachi es graciosa, ocurrente, con una alegría innata y contagiosa sin embargo cuando la molestan lanza palabrotas escalofriantes.


Esta tarde han venido a buscar a Dafne para ir a un burger cercano insisten en ayudarnos a bajar todos los muebles de la buhardilla para que les demos una vida nueva.

Todos menos el baúl que sin restaurar Dafne coloca a los pies de su cama.


Cárdena por la herrumbre la cerradura se niega a ser abierta y Dafne evita forzarla. 

No le hice el más mínimo caso cuando días después me comentó que a veces escuchaba una especie de latido que parecía provenir de su interior. 

Solía demostrar un perverso sentido del humor.

En cambio nunca parecía percibir en la casa los olores extraños o ese frío o calor sofocante u otras manifestaciones que aparecían para desaparecer en ocasiones instantáneamente.

 


Todos los veranos de mi infancia están unidos a esta ciudad y por eso quise regresar donde había sido feliz. 

Mis reencuentros con amigos y familiares asturianos que aún conservo son de momento esporádicos.

Disfrutamos de este verano espléndido con semanas de sol a raudales, algunas mañanas intento pasear por la orilla del mar o por las sendas que lo bordean, la mascarilla que debemos llevar a todas horas fuera de casa es un auténtico suplicio por el calor.


En septiembre mi hija con voz de encantadora de serpientes trata de convencerme para que alarguemos nuestra estancia en la casa del laurel un año más. 

Estoy de acuerdo aunque muestro una hipócrita renuencia a hacerlo, en ningún momento le confieso que había hecho un alquiler por dos años que incluso incluye derecho a compra.

Si le hubiera dicho la verdad de ningún modo habría querido quedarse, llevarme la contraria es otro hábito de lo más recurrente.


Ella misma se matricula en un instituto cercano donde van sus amigas. Y aquel secreto dolor que guardaba desde hace mucho tiempo, quizá las maquinaciones de un malévolo cupido, pareció irse más adentro hasta desvanecerse porque sus ojos verdes y sombríos de nuevo brillaban como el sol alumbrando la yerba.


El otoño ocasiona la segunda ola del coronavirus pero Dafne tampoco da muestras de querer regresar pese a la complicada situación que multiplica aquí los contagios y que exige de nuevo un confinamiento más leve. 

Las UCIS volvieron a llenarse para agotar a una ya de por si extenuada plantilla de sanitarios por todo el país. Únicamente ellos, los enfermos y los que hemos perdido a alguien querido tenemos total consciencia del alcance de esta peste que nos devasta.


El disfraz de zombie de Dafne para este Halloween cuasi virtual, nos puso a prueba a ella como maquilladora y a mí como costurera de jirones.

Más tarde mientras desmaquillaba sus ojos de la densa pintura violácea que le daba un aspecto aterrador, me espeta que ha tenido la sensación de que alguien la seguía cuando volvía de dar una vuelta por las calles con las muertas vivientes de Chachi, Mogollón y Mola.

Te habrá salido un acosador novio cadáver- le suelto y le doy la espalda con una mueca fastidiada ante la que creo otra de sus bromas de mal gusto.



Un gato callejero se pasea por el muro de la casa una de estas sobremesas de noviembre.

Con un equilibrio imposible de cuatro patas acompasadas sobre el puntiagudo vértice de piedra y musgo del muro, da una vuela tras otra sin atreverse a saltar dentro del jardín siendo observado por una Dafne sentada en una hamaca de playa.

Un salto perfecto le hace aterrizar en una rama media del laurel descendiendo de forma mayestática igual a una vieja deidad ante sus rendidos acólitos.


Les observo a los dos desde la ventana de arriba, Dafne murmura algo, el gato se acerca a ella y luego éste alza para mirarme sus rasgos de pantera en miniatura donde refulgen dos ojos de un verde turmalina tan transparentes como la quietud cristalina de un lago atravesado por una súbita ráfaga de luz.

Desde ese día el gato decide ser el guardián perenne de la casa, entrando y saliendo a su antojo, durmiendo sobre las camas y desapareciendo por horas o días. 

En ocasiones a su vuelta deja pequeños ratones a los pies de la cama de Dafne, es su manera de rendirle un tributo de amor. 

Apolo es mi sugerencia para su nombre y fue del agrado final de Dafne que desechó el elegido por ella, que era el de Poe.

El elástico minino solía ignorarme prácticamente todo el tiempo excepto cuando la casa parece manifestar alguna de sus extrañas señales que únicamente yo presiento, entonces se acerca a mí extendiendo su protección de dios lar.



Goteras en el techo y grietas en las paredes van apareciendo sucesivamente poniendo a prueba mi ya escasa paciencia para quedarnos.

Si continuamos aquí es porque no tengo fuerzas para marcharnos además de la oposición de Dafne que insinúa que estoy tan afectada por la muerte de mi madre que veo catástrofes y fantasmas en todas partes y cualquier problema nimio me parece un cataclismo insalvable.

Es cierto que los fantasmas me persiguen pero son unos espectros íntimos, algunos queridos y otros aborrecidos como también es cierto que la muerte de mi madre parece negarse a irse y liberarme.

Arreglan las goteras, las grietas vuelven a salir, la inmobiliaria y el dueño una y otra vez las reparan mostrando una perseverancia digna de encomio.


Será la vecina quien me cuenta lo poco que conoce de la historia de la casa.  

Su actual dueño vive fuera de España, la ha heredado de un pariente que tampoco había vivido demasiado en ella. 

La casa del laurel fue construida hace mucho por una familia que apenas tuvo la ocasión de ocuparla. El destino o el azar dispersó a sus miembros que la vendieron casi antes de estrenarla.

Los nuevos compradores la habitaron intermitentemente una decena de años y después sería alquilada a uno u otro fugaz inquilino. Por alguna razón ninguno de ellos parecía capaz de habitarla por un largo tiempo.

Cuando nosotras la alquilamos hacía más cinco años que nadie vivía en ella a pesar de su privilegiada ubicación. 

Como explicarle a mi vecina lo que ocurre en la casa, es tan… sutil.  Lo cierto es que por una parte deseo irme pero por otra algo indefinido me ata definitivamente a sus paredes.


A su paso el tiempo trae diciembre, al frío, la certeza de las primeras vacunaciones y la navidad. 

Dafne se empeña en decorar el jardín y el laurel con una multitud de luces led que compramos en un chino cercano.

Al oscurecer cuando se enciende el árbol, la entrada y el jardín se inundan de minúsculos e infinitos destellos parpadeantes y dorados.

  

En nochevieja Dafne saldrá hasta las nueve, yo trabajo en el ordenador cuando de pronto el estruendo comienza.

Lo achaco a una repentina galerna que aparece sin avisar agitando las contraventanas abriéndose y cerrándose como meros juguetes entre sus dedos embravecidos.

El timbre suena, abro la puerta, salgo y pregunto quién anda por ahí. Esto es lo último y lo único que recuerdo.

Despierto con un tremendo dolor de cabeza porque Apolo me araña frenéticamente entonces escucho como un gemido entrecortado, me pongo en pie como puedo y camino torpemente hasta que encuentro a mi hija aterrorizada; mirando fijamente a un hombre gordo y ennegrecido que está tendido sobre el suelo debajo del laurel al que todavía de su ropa sale humo producido por el cortocircuito de las luces navideñas que parecen haberle fulminado. El hombre tiene una herida en la cabeza por la que todavía sangra.

A la policía será a quien una Dafne extremadamente pálida relata lo ocurrido. 

Desde hace algunos meses mi hija había notado como si alguien la siguiera a menudo aunque era más un presentimiento que una realidad porque nunca pudo descubrir a nadie.

Creyéndose paranoica dejó de darle importancia, se relajó e incluso no volvió a pensar en ello.

Hoy cuando regresa a casa al entrar por la puerta del jardín y recorre el tramo que lo une a la entrada de la casa siente que alguien la agarra por detrás y le tapa la boca. 

La obliga a que camine hacía el laurel mientras la amenaza e intenta atarla susurrándole que si chilla entrará y me matará. Con el cuchillo le hace un corte en la cara haciéndole comprender que cumplirá su amenaza. 

De pronto las luces de navidad se agitan, el viento asemeja levantarlas y arrancarlas.

Una rama da crujido y un golpe rotundo cae sobre la cabeza del hombre grueso que se desploma soltándola un segundo antes de que se produzca el cortocircuito que lo electrocuta matándolo en el acto. 


 Al día siguiente la policía nos informa que el atacante es, era un conocido violador y asesino de adolescentes al que hacía un año que habían dejado salir de prisión por buena conducta. 

Nos siguió desde Madrid porque una vez que elegía una víctima era tal su obsesión por ella que no cejaba hasta que al fin conseguía violarla, mutilarla y asesinarla.

La pandemia que nos confinó en casa malogró y dificultó sus planes, al irnos de Madrid casi frustramos su acoso hasta que averiguó donde nos encontrábamos y vino en pos de su presa. 

La ocasión la pintan calva, eso debido pensar el psicópata al elegir el último día del año como el más idóneo para llevar a cabo su propósito.

Matarme estaba dentro de lo esperado para poder así violar, torturar y asesinar a Dafne dentro de la casa sin obstáculos ni testigos pero el regreso imprevisto de ella, frustra mi asesinato.

La policía mostró una gran extrañeza porque los cables y la instalación parecían estar en orden, sin ningún atisbo de avería o fallo y sin la fuerza necesaria para que diera lugar al brutal cortocircuito que achicharró al psicópata del que se presumía había matado a unas cuantas chiquillas sin que nadie pudiera probarlo. 

Únicamente cumplió condena en la cárcel por la violación de una sus víctimas que consiguió escaparse de él. 

Tras su salida de la cárcel la chica fue atropellada por conductor desconocido que se dio a la fuga.

Deciden dar carpetazo a su muerte. 

Ha sido cuestión de justicia poética- sentencia el comisario.



Escucho a Dafne llamarme desde su habitación la mañana de este enero de hiel y hielo, la tercera ola del coronavirus ya ha nacido concatenada con la segunda.

Subo, la encuentro de rodillas con Apolo a su lado mirando el cierre entreabierto del baúl.

Ha aparecido así- me dice mirándome sobresaltada.

Ábrelo a qué esperas.- la incito con prisa.

El baúl parece vacío pero en el fondo descubrimos una bola de cristal de nieve.

Miramos y dentro del cristal esférico hay una réplica de la casa del laurel con dos mujeres y un gato en el jardín.

Dafne le da la vuelta y la nieve artificial se desliza delicada y suavemente por el fluido, al mismo tiempo vemos por la ventana de su habitación como copos de nieve real caen tras los cristales arañados por la escarcha.