domingo, 30 de octubre de 2022

Truco y trato











on calabazas iluminadas por velones decoramos 

la puerta de entrada esta víspera de Halloween colgando además telarañas tan reales que dan repeluznos a la futura Miércoles. 


Luego te vestiré y maquillaré con el disfraz inspirado en la familia Adams.

Una Miércoles espeluznante, tierna y triste me sonríe en el espejo con una línea tétrica en la boca.

Los otros niños al venir a buscarte para recorrer las puertas del vecindario disfrazados de zombies, Chuckys y fantasmas te miran expectantes hasta que uno de ellos suelta una risita lúgubre que rompe el sortilegio e inicia la fantasmagórica desbandada. 

Insisto en que te lleves el abrigo a pesar del extraño calor que hace esta tarde última de octubre. Rápido te despides, aunque advierto que tus manos, que había olvidado maquillar, muestran una palidez cadavérica.

-Dios mío, esta niña tiene piel de camaleón- exclamo sin querer en voz alta.

 Son las diez, aún no has vuelto. ¿Y si voy hasta la casa de al lado a ver si uno de los Casper ha regresado?

Abre el mismo niño que acabando de llegar ignora dónde estás, tampoco el resto de chiquillos parecen saber de ti, te perdieron de vista sin notarlo.

Llamo a mi madre por si has ido a su casa, pero allí no has aparecido. 

Casi le cuelgo, me crispa los nervios sus recriminaciones, tipo a por qué te dejo andar por ahí una noche como esta ideal para correrías de pederastas asesinos.

Consigue meterme el pánico dentro, respiro hondo para tranquilizarme. 

Cuándo he hecho algo bien para mi madre, si no te hubiera dejado ir también me lo hubiera reprochado. 

Llamaré a tu padre, el timbre del móvil suena y suena hasta colgar sin respuesta.

¿Dónde diablos estará? Seguro que anda por ahí haciendo el gilipollas disfrazado de Freddy Krueger con su nueva novieta medio adolescente.

Gilipollas le grito de nuevo a la puerta cerrada con un desahogo a destiempo.

Maldita dignidad mientras tragaba la rabia subiendo a borbotones cuando con la excusa de venir a verte desvalijaba algo de la casa, recitando manidas excusas para no pagar la pensión o traía la ropa para lavarla porque según él había comprado la lavadora hasta que desistió al clavarle mis ojos de mantis religiosa.

Esa tarde se fue de vuelta con sus calzoncillos sucios, aunque imagino donde terminarían, en la lavadora de la madre abnegada de la novia cadáver que se niega hacerle la colada. 

Ni los expolios o la colada, lo peor es que olvide sistemáticamente llevarte cuando le toca.

 

Recorro el barrio buscándote, suena el móvil, mi madre otra vez.

Miento, le digo que tengo otra llamada, ansiosa y enloquecida voy corriendo sin aire hasta la comisaría.

Tengo miedo de escucharles eso de que hasta pasadas cuarenta ocho horas será prematuro considerarlo una desaparición, pero esto cambiará por una niña, imagino.

Dios mío, Dios mío que me ayuden, por favor.

Vuelvo a casa en el mismo coche de policía con dos agentes que han mandado para buscarte por los alrededores e insisten en que espere sus noticias en casa. 

Para qué discutir con ellos entro y prendo todas las luces de la planta baja como si con ello pudiera concitar tu vuelta. Las cerillas chamuscan mis dedos entumecidos y temblones al encender de nuevo las calabazas, aunque ni siquiera noto la quemadura.

 

Una pesadez infinita se apodera de mis pies, cada paso supone un sufrimiento atroz. De pronto alguien me sostiene, mi medio hermana me ayuda a subir los escalones de la entrada, luego me lleva a la cocina, hace un café para las dos, rebusca en la alacena una botella de ese licor que suele traer cuando viene a comer.

Bebe un trago.- me sugiere. 

Mi madre le ha contado lo sucedido, a partir de ahí sus palabras flotan en mi cabeza como si el lenguaje hubiera perdido su sentido o propósito para convertirse en un intrincado galimatías.

Trascurre otras dos horas mi hermana se ha dormido en el sillón.

Alguien toca suavemente la puerta, un periodista se acredita con el diario tal y cual, me pregunta si podría concederle una entrevista ya que darle publicidad a la desaparición ayudaría a encontrarte más pronto, ha sido mi madre quien les ha llamado.

Le cierro la puerta tan suave como fue su llamada, subo las escaleras, voy a tu cuarto, su penumbra me da la bienvenida.

Obvio pelear con mi madre por lo del periodista, como de costumbre hace lo que le viene en gana sin tenerme en cuenta.

Me aguardan las paredes de tu cuarto con el tono malva que elegiste. Rita la tortuga desde su acuario me observa a salvo, al ver que no eres tú, todo para su mundo acuático pierde interés.

Me tiendo sobre la cama tu olor me entra como un consuelo y una esperanza cierta de que continúas aquí. 

Vas a volver me digo sofocando un gemido sobre la colcha de lunares lavanda. 

Cuando regreses cambiaré lo que haga falta, haciendo ese tipo de promesas imposibles urgidas por la desesperación.

¿Dónde estarás? Pienso y pienso, muy improbable que hayas ido por casa de tu padre por la forma en que ahora le miras.

Padre e hija parecéis empeñados en un trato tácito, un truco de silencio en que nada parece haber cambiado. 

Sin embargo, es mera apariencia, fue tu mirada, la de ahora y la de antes, se ha vuelto no sé... desengañada o adulta o vieja, la que me dio el primer indicio de que Freddy algo ocultaba.

Nada original por otra parte y bastante prosaico, el típico cuarentón con crisis cree recuperar lo que ha perdido al lado de una chica demasiado joven.

¿Cómo lo supiste? Quizá los descubriste…

¿Tendría yo esa misma mirada cuando ocurrió lo de mi padre?

En su funeral mi abuela llevaba una niña de la mano cuando agarró la mía, extrañadas nos observamos con los mismos ojos dulces y burlones de mi padre. Más tarde mi madre me contó que papá era un borracho infiel y que la niña era mi medio hermana.

Mi heroico padre murió dos veces para mí en un solo día, odié a mi madre con toda la fuerza de mis ocho años, quizá percibí en su revelación cierta revancha o fui yo quien se esforzó en notarlo, culparla era tan embriagador para una hija que a menudo la defraudaba.

 

Más tarde viendo fotos de su último año, desmejorado por la incipiente cirrosis, parecían revelar que mi padre lamentó sus errores al menos al final. Una de ellas le mostraba a punto de embarcarse con su cámara de reportero de guerra colgada de la chaqueta de cuero, su mueca insinuaba despedida sin retorno después la muerte le dejó tendido y desangrado entre la aridez de un paisaje distante con sospecha evidente de suicidio.

Todavía alguna vez la voz de mi padre invade alguno de los rincones de la casa para que recuerde cuanto le quería. 

Evoco los mapas desmañados que solía dibujarme de lugares a donde iba, mi tarea era colorearlos, así sabré volver a casa, me decía.

Freddy jamás asume uno solo de sus errores, simplemente los desvía, demonizarme asegurándose que tú escucharas sus reproches reales o imaginarios y así manipularte.  Nunca le creí capaz de tal vileza.

El sonido del timbre de la entrada me sobresalta escucho a mi hermana hablar con mi madre y otras voces desconocidas.

No quiero bajar, no quiero saber, no quiero escuchar.

Temblando me siento en tu cama, mi hermana abre la puerta, los policías quieren hacerme unas preguntas. 

Bajo tan rápido que estoy a punto de caer, mi madre va decir algo pero al verme se calla, por primera en mi vida me siento más cerca de ella que nunca.

Los agentes ruegan que me siente, nos informan que no has aparecido en ningún hospital, preguntan sobre ti Freddy, les respondo que estamos separados desde hace unos meses. 

Piden detalles sobre la separación, si ha sido amistosa y si tú Miércoles podrías estar con él.

Les respondo sobre las causas, que en términos generales ha sido algo dura y sí quizás estés con él.

Insinúan si es posible que te retenga para escapar contigo o para hacerme daño. 

Trato de disuadirles de esa idea, creo que lo consigo, preguntan si he notado algo raro o si pudiera haberte llevado otro familiar, conocido u amigo. 

Les digo lo único que he notado es que tú estás más silenciosa que de costumbre, pero después de la separación eso me pareció normal. 

Se van diciendo que van a encontrarte, por qué no les creo.

Me siento a esperarte mientras las horas de vigilia se desgranan lentas y frías luego amanece para llenarse el día con flores difuntas. 

A las ocho el móvil suena, llamas al fin Freddy, dices que vienes. 

Al colgar sin querer le doy al historial, aparece en las llamadas de ayer por la mañana el nombre de mi amiga de infancia. Recuerdo como hablamos de su antigua casa familiar en una calle aledaña a ésta.

Especulamos si el dueño actual al final la rehabilitará o quizá la venda tal como está, el demolerla imposible por su catalogación de protegida, aunque dado su estado esperará que se caiga por si misma. 

Evocamos nuestros juegos en su enorme envergadura que culmina con un techo de cristal y piel de dragón gris. Nos reímos por nostalgia porque creíamos que allí un mágico dragón nos protegía de cualquier mal.

De pronto suelto el móvil echo a correr esquivando los brazos que intentan detenerme. 

Apenas noto el frío prístino de noviembre, menos aún el cansancio, como si toda mi vida me hubiera preparado para esta carrera desbocada que concluye en la meta de la verja del caserón roída de orín.

La maleza invade la mayor parte de sus paredes pretendiendo rivalizar con los adornos curvilíneos y los motivos vegetales tallados. Entre la verja y el edificio apenas existe terreno, solo se estrecha un único pasillo de gravilla para recorrerla ahora también inundado de marañas y espinos de moras salvajes.

Sin detenerme traspaso la puerta medio abierta, dentro el deterioro muestra más evidencias sin que me impidan llegar al salón. 

Los muebles que antes la atestaban han abandonado su lugar, dejando las paredes con la forma clara y vacía de un hueco que antes sus moles ajustaban.

En uno de los ángulos entre los paneles de madera cuya taracea se pudre sin remedio todavía resiste intacta la puerta. Al abrirla mi corazón golpea de tal modo las costillas que resuena elevando su frenesí en el invernadero secreto de la casa, un vaho empaña su techumbre cristalina por el calor extemporáneo.

Allí sobre el suelo cerca del arbusto seco de peonías rosas estás tendida sobre tu oscuro abrigo rodeada de papeles de caramelos plateados y dorados donado tributo a la plácida respiración de una niña golosa que sueña.