miércoles, 10 de enero de 2024

El extraño caso del ilustrado









ste titular parece propio de un relato fantástico y no de un artículo periodístico veraz pero los hechos sucedidos en Gijón tras la enigmática aparición de un personaje que fue visto por esta villa son dignos de una crónica de misterio que hubiera intrigado al mismísimo Allan Poe.

Al personaje en cuestión se le vio por distintos barrios de Gijón con una indumentaria propia del siglo dieciocho. 

En la cabeza lucía la típica peluca de un magistrado o un político de alto rango, su levita era de corte elegante, así como la camisa, los pantalones ajustados a la rodilla, las medias blancas y los zapatos negros donde brillaban pulcras la plata de unas hebillas.

Este atuendo y su persona atrajeron la atención de algunos viandantes que le observaron perplejos caminar por las calles con una expresión desorientada y pasmada como su hubiera vuelto de un largo viaje sin reconocerse ni reconocer el lugar donde se encontraba.

Un ciudadano en el paseo de Begoña al topárselo pensó que era un figurante de alguna película que estaban rodando pero la expresión espantada del personaje al oír las estridencias del claxon de los coches cuando cruzaba el paseo hizo que le preguntara si buscaba algo o alguien.

El personaje solo dijo: Cimavilla. El ciudadano se prestó para acompañarle suponiendo que era extranjero y se había perdido o despistado del rodaje hasta la casa museo en Cimavilla confiando que allí estarían rodando.

Cuando llegaron a la plaza donde se ubica la casa, se extrañó de que no hubiera nadie, pero el personaje le miró con una expresión luminosa que hizo desaparecer la pesadumbre que hasta entonces fruncía sus cejas y boca.

Por primera vez le tocó tras decir únicamente gracias, penetró en el museo con la soltura y firmeza de alguien que conoce muy bien por donde pisa.

Los empleados del museo estupefactos le vieron pasar a modo de pintura andante y sin marco para observar los cuadros de la primera planta durante mucho tiempo, sobre todo el de la ola gigantesca, embelesado por su tamaño colosal y el entramado de pinceladas que se superponen dando color, movimiento y forma a esa mar desmesurada y salvaje de la costa de Gijón.

Después continuó el recorrido y al percatarse del mobiliario antiguo fue hasta el. Al tocarlos pareció reconocerlos como propios y así sucedió porque en el bargueño accionó un dispositivo. 

De la taracea, un pequeño cajón secreto salió del que se asomaron unos papeles amarillentos. Cuando los vigilantes se aproximaron para advertirle que no se podía tocar nada, el personaje ya no estaba allí, tampoco en otra parte del museo y menos aún en la calle.

A falta de la confirmación de los expertos, los papeles del cajón son cartas firmadas por Gaspar Melchor de Jovellanos que vuelven a la vida del mismo modo que volvió y regresó a un remoto lugar, su fantasma.