miércoles, 9 de enero de 2013

El ascenso



El sol ilumina la torre de una nueva Babelburgo con un exterior de aluminio negro en 4.5 millones de pies elevándose cuadrando 72.000 yardas cúbicas de opresivo hormigón, 2000 millas de arterias eléctricas y con 16.000 ojos de cristal en bronce transparentes.
 Un coloso de 106 pisos con nueve tubos sustentando su estructura hasta la azotea.
El arquitecto que lo diseño descubrió esta serie de tubos de acero  que proporcionaría al baluarte que decrece en sólo dos tubos a partir del piso 90 hasta su cúspide de esqueleto robusto aumentando su solidez y ligereza.

El interior se encuentra ocupado por oficinas y comercios en su totalidad.

En el segundo piso trabaja de contable una chica de pelo castaño.
Tiene una cara pálida y sus ojos son del color del cobre, muy separados igual que los de los niños. Un cuello largo se une al resto de el cuerpo de mediana estatura que de tan flaco es un soplo.

Nunca coge el ascensor y suele subir por la escaleras con unos pasos tan tímidos y taciturnos que apenas nadie se percata de su presencia.
Suele hacer horas extras hasta la noche para regresar a casa lo justo para dormir unas horas.

El vigilante nocturno del edificio es delgado, muy alto con una osamenta desmañada.
En el rostro, los ojos semihundidos debajo de las cejas, que de tan rubias son casi blancas, 

engarzar una nariz prominente y los pómulos altos. El pelo de un rubio ceniza muy corto. 
Reservado y lacónico provoca la curiosidad de todos los que le conocen, sin embargo un hermetismo disuasorio contiene a distancia cualquier intento de averiguación.

El vigilante nocturno vigila a la mujer contable, jamás le habla únicamente la mira ir y venir.
Una de esas noches, por un impulso o en un acto de valentía, ella coge el ascensor interior para irse a casa, pulsa el botón del vestíbulo. Baja con rapidez, cuando está a punto de abrir las puertas de acero, se detiene y comienza a subir de nuevo vertiginosamente.
Ella sudando intenta pulsando todos los botones, que el ascensor baje o se detenga.
Aterrorizada ve como  dos cables penetran por el techo y las rendijas, en silencio los cables de acero chisporrotean y ella casi sin respiración se desmaya.
Cuando recobra el conocimiento el vigilante está sentado junto a ella con sus piernas desgarbadas.
¿Te sientes bien? dice él.
Ella le escucha aún sin focalizar la mirada, le da su mano y él girando su palma la cobija entre la suya.
El ascensor comienza a subir otra vez, ella da un respingo pero él acercándose le musita algo al oído, ella respira hondo, muy hondo.
Los dos se yerguen del suelo mirándose ella apenas le llega al hombro.
Al fin el ascensor abre la puerta del piso 106 para ofrecer la azotea con un Skydeck en una panorámica que puede alcanzar una vista de 80 kilómetros dependiendo de la visibilidad del día.
Las luces de la ciudad cabrilleando la atmósfera a lo lejos.
Ven dice él y ella sin reticencia acepta.
En el centro de la inmensa azotea él posa sus dedos sobre su frente, sus ojos, recorre su nariz y va dibujando su boca como lo haría un ciego.  
Sutil casi imperceptible llega a su cuello deteniéndose para después bajar hasta el inicio de sus pechos y ella entonces le abraza.
Cuando despertaron vieron el crepúsculo, entonces volvieron a vestirse porque hacía tanto frío y estaban tan helados que ardían.
Por primera vez se besaron.

Los fuegos artificiales encendieron esa noche con palmeras de colores resplandecientes cayendo en la bahía.
Por primera vez se sonrieron.
Sin darse cuenta se fueron aproximando al borde de la azotea, miraron al vacío, ella se estremeció y dio un salto hacia atrás.
Al ver que él no se movía volvió a su lado cogiéndole de la mano y miro otra vez al abismo.
Sintió un miedo espantoso, retrocedió otra vez sin soltarle la mano.
¿Tienes vértigo? Dijo él.
Sí. Respondió ella.
Algo en sus ojos la hizo aproximarse de nuevo, se miraron durante un instante que pareció eterno.
Cuando volvió a mirar el abismo quedó fascinada por la profundidad que se abría, seducida sintió el deseo de caer.
Él la levantó en un impulso, subidos a la cornisa fue entonces cuando saltaron.
El ascensor cerró sus puertas.