El olvido es el nombre de los remos, surcando la travesía por el Hapi azul.
La corona de la victoria circunda el sarcófago, las plañideras gimen apresuradas por el hereje del país de Kemi.
Gran casa, el sucesor, el hijo de los cielos de Amón, soberano de las altas y bajas tierras, hierático la mira a sus pies.
Levántate y aproxímate.
Uno de sus cetros se apoyó en el mentón de Noferet.
Seré clemente contigo, pero tu escriba ha muerto con su faraón, han troceado su cuerpo, para que mis heraldos lo dispersen por la tierra roja.
Vete, desaparece de mi presencia, nadie en Tebas ha darte la sal y el pan.
El faraón ha hablado.
Los soldados del faraón llevaron a Noferet hasta el desierto, esperando hasta que su sombra despareció del horizonte.
Noferet caminó por las dunas, sus piernas se doblaron y su fe hablo:
Nut madre mía, llegó a ti con los brazos tendidos, las manos puras con un ruego.
Y el león apareció, en sus colmillos traía el libro de los muertos.
Noferet levantándose lo cogió y Rehú retrocedió dos pasos tras su espalda para custodiarla.
Iluminados por Ra atravesaron el día hasta la región del mundo inferior.
Rugió Rehú su despedida al abrirse la puerta de Amenti.
Noferet entró y fue encontrando diseminados, los trozos hechos piedra verde de su cuerpo.
Todos los juntó, menos uno y supo que fue devorado por Seth el señor de los corazones.
Noferet manó sobre la arena la ofrenda de sus gotas, una de leche de su pecho, una de sus lágrimas y otra de su sangre.
Lo modeló, lamiéndolo para oxidarlo, hasta que tomó forma de malaquita.
Colocándolo esperó la clemencia y que en el templo del más allá, fuera devuelto al difunto su memoria, contados los años y enumerados los meses, volviendo la evocación de su nombre, traspasando las murallas del mundo inferior, para que Hatí encuentre su sitio y el poder de la remenbranza regresara a su boca veloz como la luz en la pradera florida.
Abrió el libro de los muertos, recitó la potencia arcana de los cuatro elementos, para conducir el deseo a la vida.
Sopló su aliento Noferet recordando los rasgos de su rostro.
El fénix voló en sus cenizas franqueando el umbral de la mañana.