Desordenamos el sofa, el sillón orejero
las mantas de la cama, cargamos el colchón,
los cacharros de cocina,
empaquetamos viejos libros,
rotos pantalones y del verano sus vestidos.
Seguimos desordenando
como una vida entera
descolgando de la pared el reloj parándole su péndulo,
embalamos luces emplomadas, la comoda oscura del cajón secreto.
Porque acabamos, el aire se extendió entre el vacío de las paredes y contra suelo,
donde parecían resonar curvándose en las esquinas, todas las palabras de savia que le dimos.
El dolor cerró la puerta y echó su llave.
En el camión de la mudanza escuché de la bandada
a dos aves del paraíso haciendo otra vez un nido.
las mantas de la cama, cargamos el colchón,
los cacharros de cocina,
empaquetamos viejos libros,
rotos pantalones y del verano sus vestidos.
Seguimos desordenando
como una vida entera
descolgando de la pared el reloj parándole su péndulo,
embalamos luces emplomadas, la comoda oscura del cajón secreto.
Porque acabamos, el aire se extendió entre el vacío de las paredes y contra suelo,
donde parecían resonar curvándose en las esquinas, todas las palabras de savia que le dimos.
El dolor cerró la puerta y echó su llave.
En el camión de la mudanza escuché de la bandada
a dos aves del paraíso haciendo otra vez un nido.