sábado, 28 de febrero de 2015

Agua


De cabeza tuvo la venida, tan pálida, tan dulce como el talco,
el paso del aire a ese ahora de una trompa sin ombligo
la tierra te dio dos azotes en las nalgas y una sentencia por la frente.
Fajada tu cuero sin algas
roja tu rabia berreó con morro de balano,
tobillos de tiburón, dedos de arena y corazón de anémona.
Menos te acallaban álgida la cólera, balanceos, añadas o besos.
Tampoco la ceguera azul de sanguijuela que amamantaste
evitó el hipar bronco con ay de luz,
al girar la sombra escupiendo el sucedáneo de tu pecho,
regurgitando iras nuevas babeando por la sábana.

Seguiste en guerra con los párpados violentos,
clara la garganta en la sima de los maldecidos,
poseída de tempestad inabordable urgiendo fragor y sales.
Sólo entonces calada por el hueco de tu mano
con roces marinos de esponja
te enseñó la paz de su suspiro
y su sonrisa arcaica navegando en la isla de Filae
recitadora de todas las ondinas
rindiéndose hasta la curva del sueño
como una vuelta de veinte mil leguas
al vientre de sus madres.