martes, 10 de febrero de 2015

Abracabra


Érase un mago que invocó un hechizo, que migró a su destino de mujer
como la mariposa monarca reinando en la meta del árbol.
La mujer le siguió dejando atrás las fronteras conocidas, hasta llegar a una torre muy blanca, era de noche en los arrabales de estrellas.
Los botones y las cremalleras de sus ropas se soltaron a la oscuridad y el  a caballo de sus  el corazón del fuego arrasó a sus pirómanos.
Cuando el día les despertaba, el mago ocultaba la escalera de la torre para que ella no pudiendo salir, le esperara.
Al volver una veces el mago únicamente hablaba y otras permanecían en silencio muy juntos.
Luego que la luna asomara tantos plenilunios y escondiera tantos novilunios, 
la ambición igual que una carta trucada saliendo de su mazo, marcó al mago, 
que preguntó:
¿Me quieres?
Ella respondió no.

Día tras días, volvía el mago a preguntar.
La respuesta era la misma.

El mago abatido y desesperado al fin le inquirió:
¿Qué tengo qué hacer para que me quieras?

Nada, por qué crees que tienes que hacer algo para que te quieran.
No es sí, te quiero pero no como tú deseas.

Llevó al mago de la mano hasta su abismo, en su fondo apareció la puerta de la torre al dar ella un paso, de otro la escalera volvió de lo invisible, al dar otro, desapareció la torre y apareció al sereno el descampado, semejante al de la feria de verano donde se vieron por primera vez.
El mago al soltarse sus dedos, sonrío.

Una palabra susurró al volatilizarse ella.