miércoles, 10 de enero de 2024

El extraño caso del ilustrado









ste titular parece propio de un relato fantástico y no de un artículo periodístico veraz pero los hechos sucedidos en Gijón tras la enigmática aparición de un personaje que fue visto por esta villa son dignos de una crónica de misterio que hubiera intrigado al mismísimo Allan Poe.

Al personaje en cuestión se le vio por distintos barrios de Gijón con una indumentaria propia del siglo dieciocho. 

En la cabeza lucía la típica peluca de un magistrado o un político de alto rango, su levita era de corte elegante, así como la camisa, los pantalones ajustados a la rodilla, las medias blancas y los zapatos negros donde brillaban pulcras la plata de unas hebillas.

Este atuendo y su persona atrajeron la atención de algunos viandantes que le observaron perplejos caminar por las calles con una expresión desorientada y pasmada como su hubiera vuelto de un largo viaje sin reconocerse ni reconocer el lugar donde se encontraba.

Un ciudadano en el paseo de Begoña al topárselo pensó que era un figurante de alguna película que estaban rodando pero la expresión espantada del personaje al oír las estridencias del claxon de los coches cuando cruzaba el paseo hizo que le preguntara si buscaba algo o alguien.

El personaje solo dijo: Cimavilla. El ciudadano se prestó para acompañarle suponiendo que era extranjero y se había perdido o despistado del rodaje hasta la casa museo en Cimavilla confiando que allí estarían rodando.

Cuando llegaron a la plaza donde se ubica la casa, se extrañó de que no hubiera nadie, pero el personaje le miró con una expresión luminosa que hizo desaparecer la pesadumbre que hasta entonces fruncía sus cejas y boca.

Por primera vez le tocó tras decir únicamente gracias, penetró en el museo con la soltura y firmeza de alguien que conoce muy bien por donde pisa.

Los empleados del museo estupefactos le vieron pasar a modo de pintura andante y sin marco para observar los cuadros de la primera planta durante mucho tiempo, sobre todo el de la ola gigantesca, embelesado por su tamaño colosal y el entramado de pinceladas que se superponen dando color, movimiento y forma a esa mar desmesurada y salvaje de la costa de Gijón.

Después continuó el recorrido y al percatarse del mobiliario antiguo fue hasta el. Al tocarlos pareció reconocerlos como propios y así sucedió porque en el bargueño accionó un dispositivo. 

De la taracea, un pequeño cajón secreto salió del que se asomaron unos papeles amarillentos. Cuando los vigilantes se aproximaron para advertirle que no se podía tocar nada, el personaje ya no estaba allí, tampoco en otra parte del museo y menos aún en la calle.

A falta de la confirmación de los expertos, los papeles del cajón son cartas firmadas por Gaspar Melchor de Jovellanos que vuelven a la vida del mismo modo que volvió y regresó a un remoto lugar, su fantasma.



jueves, 11 de mayo de 2023

Hay otros universos pero están al este









 




n ángel desgarbado viaja agarrado a un asteroide  cuando de pronto vislumbra un querubín sentado sobre una nebulosa verde.

 

-Hola soy un ángel de sexta categoría voy de camino al planeta Wik 3l, me han trasladado allí. 

 

-Chao soy un querubín de novena categoría. ¿Ves ese planeta de arriba?

Es Yui 6x, soy el encargado de gestionar, velar y guardar las almas de caracoles y babosas, únicos habitantes que se conocen por allí.

 

-¿Y qué tal te va? Inquiere el desgarbado ángel.

 

-Pss es un puto aburrimiento.

Perdón, lo dije sin intención, los gases de la nebulosa me han aturdido. -responde el celeste querubín mirando aterrorizado de izquierda a derecha. - bajando la voz prosigue. -hay que tener cuidado con las palabras nunca sabes quién puede estar escuchando.

No quiero que me degraden de nuevo a serafín de vigésima categoría y pasar a encargarme de la custodia espiritual de ortigas y cardos en el planeta rojo o azul de la galaxia Desdéfone. Me costó cuatro eternidades este ascenso a Yui.

 

-Como te comprendo, mi traslado también es un exilio, una degradación y todo porque me atreví a insinuarle a un arcángel, yo era su ayudante, que le desafinaban los fas de la trompeta del juicio final para el apocalipsis del planeta Irat 12b y por qué no lo dejaba para un siglo más adelante y les tocaba un poco de Jazz. Me miró como si quisiera fulminarme y batiendo sus alas inmensas fue a delatarme al guardián de la puerta oeste del universo Klw9.

 

-¿Pudiste arrodillarte arrepentido ante las plantas del Altísimo? ¿Cómo es? Dímelo por favor, te lo suplico, te lo ruego. – le implora con las dos manos juntas el querubín.

 

Con tristeza el ángel desgarbado responde que no le conoce y que nunca le ha visto.

 

-Nunca le conoceremos. ¿Verdad? – afirma el querubín con las mejillas muy pálidas. 

 

-Me parece que no. A veces me apetece rebelarme, renunciar al cielo pero sospecho que en el infierno ocurre igual. -responde desgarbado con tono aun más melancólico.

 

-No hay escapatoria. –un enorme bostezo de tedio y miedo sacude al querubín.

 

-Hace un milenio me encontré con un ángel custodio que me rebeló un secreto. La reencarnación es posible. – le confiesa en un susurro desgarbado.

 

Ooooh y en qué y cuándo. -al preguntar los mofletes del querubín se colorearon de rosa.

 

El asteroide se revuelve inquieto por continuar la ruta pero desgarbado le contiene otro minuto para decirle: -Ya sabes los designios del Todopoderoso son inescrutables es posible que nos haga pagar el karma de otra vida anterior, pero no pierdo la esperanza de equivocarme. 

Aunque la esperanza es el seguro de vida de los tontos fracasados.

Seguiré investigando entre el ir y venir de mis “efímeros” sub cargos celestiales.  Te escribiré sobre el polvo sideral si consiguiera averiguar algo nuevo, hazlo también tú.

 

De pronto se dieron un abrazo que por un instante brilla iluminado por estallido lejano de otro flamante Bing Bang.

 

 

lunes, 3 de abril de 2023

Albergue EL ARCA

a primera en llegar

 a  este previsible éxodo que plantea sin originalidad cada verano al albergue de perros y gatos fue Chuchilla que, contradiciendo al refrán de perro ladrador poco mordedor, mordisquea y ladra todo aquello que se pone al alcance de sus alfileres de cachorra. 

Presumible especular que su aspecto de chucho mezclado y feucho contribuyó a que nadie se la quedara y al final la olvidáran en la puerta del Arca atada con una cuerda.

Al principio lloriqueó un poco, pero la alegría ilimitada de Chuchilla se repone con los extraños amigables y poseída ladra frenética con una húmeda dicha que asoma en los ojos saltones castaños y en la sonrisa de una boca abierta que deja colgar larga y fina una rosada lengua.

 

El albergue para perros y gatos abandonados a las afueras de la ciudad, se financia con fondos privados casi en su totalidad y otros que aporta el ayuntamiento más unos terrenos municipales que de momento a ningún alcista tientan.

Lo que algunos abandonan sin remordimientos otros lo cobijan y protegen, aquí el personal voluntario se ocupa desde asear las jaulas hasta pasear a los perros, bañarlos, jugar con ellos, algún veterinario colabora de forma desinteresada para atenderlos cuando sea necesario.

 

Galguilla será la segunda abandonada esta semana para hacerle compañía a la cachorra con su estampa esbelta y magnífica mortificada de cicatrices recientes y antiguas que estremecen en su corto pelaje atigrado.

Es posible que alguien la rescatara del maltrato de un cazador o ella misma escapó de el. Una esquina de la jaula que cobija a ambas es el único lugar donde se recuesta para sentir algo desconocido, seguridad.

Chuchilla la observa incapaz de comprender porqué se aleja de ella, los ojos almendrados de Galguilla cuentan una historia tristísima a quien quiera o pueda entenderla desde la distancia porque huye ante cualquier tentativa de acercamiento.

 

La familia una vez recogida la ropa, vendidos los muebles y la casa decidieron deshacerse de lo único que quedaba, Podenquilla, la perra de tres años de la madre. Sin ningún recelo a la maldición del faraón porque la perra es una versión en vivo del sedente dios Anubis custodiando la arena imperturbable del Valle de los Reyes, nadie de los familiares se planteó siquiera ofrecerle un hogar en su casa como tampoco hicieron el mínimo esfuerzo por esperar a que alguien apareciera para dárselo. 

Al llevarla para dejarla en el albergue se convirtió en la tercera presa de la jaula. Podenquilla dormía todo el día esperando que el tiempo pasara muy rápido hasta que la madre fuera a buscarla y volvieran juntas a casa por fin.

 

Chuchilla se desespera cuando intenta acercarse a Podequilla, un gruñido o la vista de unos dientes afilados la disuaden de insistir. 

Los cuidadores del albergue con tantas tareas que hacer tan sólo pueden dedicarle unos minutos hasta que aparece Sabuesilla rondando la puerta del albergue muerta de hambre y sucísima. 

Careciendo de chip canino fue imposible averiguar de donde procedía dejando su pasado y edad a las especulaciones y el misterio. Por su comportamiento abierto y dulce estimaron que al menos no había sufrido maltratos.  

Quizá su historia se cuente de otro modo. 

¿Se perdió huyendo al asustarse cuando daba un paseo con su familia o al seguir un rastro? Lo cierto es que nadie apareció para reclamarla.

Chuchilla encontró en Sabuesilla a una compañera que en ocasiones la tolera y así ambas dan rienda suelta al frenesí de la cachorra hasta que una Sabuesilla agotada literalmente se desmorona sobre el suelo para reponerse, tras unos minutos, impaciente Chuchilla espera a que se recupere, pero Sabuesilla cierra los ojos para descansar en un sueño reparador.

Chuchilla desalentada coge el nudo de juguete emprendiendo una guerra sin cuartel con gruñidos y tirones que deja el cemento sembrado de hilos del despeluchado juguete.

Amparo, la peluquera canina recoge los hilos, llena los tanques de agua, de pienso y juega con una pelota que siempre trae en el bolsillo con Chuchilla que ve colmado su júbilo saltando, brincando para atrapar ese bólido azul tan escurridizo.

La chica es feliz porque hoy han adoptado uno de los perrillos que abandonaron el año pasado.

Mientras juega con la cachorra piensa lo deleznable del abandono de un ser que te necesita, sea humano, animal o vegetal.

Estamos en el peor de los mundos posibles, escuchó alguna vez, cierto, pero también alguna vez Amparo necesita llevarle la contraria al mundo y su filosofía.

 

 Dentro de poco terminará su turno, antes debe ir para atender la jaula de los gatos que se frotarán contra sus piernas, le darán caricias, algún arañazo o mordisco, ella las devolverá con comida, agua y por último peina a Jerjes el imponente gato persa blanco que mañana será adoptado porque los animales de raza tienen probabilidades más altas ante la adopción.

Cada día abandonan a más pitbull cuyas posibilidades de adopción son escasas por no decir mínimas.

A las cuatro abrirá su tienda Mister Can, con la tienda y este albergue, ha encontrado su pasión animalista dos formas de materializarse.

Antes de irse riega las hortensias rosas de la entrada sin percatarse de lo oscuro que se va tornando el cielo de la cercana tarde.

 

La tormenta comienza una hora después precedida del anuncio imprevisto de un estentóreo estampido, apareciendo luego eléctrico, zigzagueante, azul, el primero de los rayos que se dibujan y caen sobre el horizonte segundos antes de que se descargue la tarde y la lluvia en diluvio incesante que impetuoso rebotó sobre la tierra y los suelos de cemento del albergue tal como si pretendiera elevarse de nuevo hasta el nubarrón que furioso lo desembarca.

 Una de las esquinas de la jaula, además único refugio seco , será donde el pánico agrupa a todas las recién llegadas acurrucadas temblando hasta que la tormenta decida terminar. Ninguna ya rehúye a la otra o ésta a la otra, todas parten de la misma espera y esperanza.

En seguida la tibieza del calor del sol que se escabulló rebelde de entre la negrura de las nubes termina por esponjar sus cuerpos juntos, dormidos por el fin de la angustia por el aguacero así los vapores ascendentes se desvanecen en la altura disipando la humedad dejando sólo en la tierra empapada por la lluvia el olor de almizcle tenue repartido por el aire de semillas que dispersan desprendidas los blancos hábitos de los hibiscos. 

 

 

  

jueves, 23 de febrero de 2023

¿Qué día es hoy?











e nuevo el cristal se parte, van ya dos intentos de cortar uno en el intervalo de una hora.




¡¡¡Señor Ramón ponga más cuidado, hombre!!! - recrimina el pintor a su ayudante.

Con un mutis resignado el señor Ramón, recoge los trozos, aunque ha sido Don Antonio como siempre el único autor del desaguisado cristalino. 

Desanimado por el nuevo destrozo Don Antonio le dice. -encole el otro marco y póngale las prensillas, vuelvo ya.

De sobra sabe el señor Ramón que ese ya tiene media hora en adelante por los menos.

De vuelta la rosácea de Don Antonio tendrá un tinte más intenso derivando al carmín de garanza oscuro sobre todo en la cúspide de la nariz.

La misma desaparición ocurre todas mañanas cuando poco después de las nueve, horario de entrada al taller, escapa otra media hora para desayunar su orujo.

 

Al jubilarse Don Antonio que trabajó como dibujante y pintor publicitario, monta este taller de enmarcación de cuadros donde además da clases de pintura. Contrató al señor Ramón porque era conocido de un conocido de otro conocido suyo y como él jubilado. 

Coincidiendo con una pequeña pensión, tratan de incrementarla además entretenerse, trabajando juntos toda la semana mañana y tarde excepto los sábados por la tarde y los domingos.

 

Jamás hubo dos personas más diferentes que Don Antonio y el señor Ramón  ni tan capaces de congeniar.

El primero de escasa estatura, vestido con un mono antaño limpio y claro, eleva un cuerpo regordete y un pelo denso muy blanco enmarcando un rostro entre amoratado y carmesí que destiñe la mala circulación, el alcohol y los ataques de cólera inofensivos pero recurrentes de un carácter adusto y volcánico que solo suaviza al dar rienda suelta a su pasión platónica a la arqueología. 

Por el contrario, el señor Ramón exhibe una calva tostada por el sol de los domingos dedicados a su huerta que redondea una cara con los pómulos altos y apenas sin volúmenes. 

Espigado y ligero se cubre con un mono azul limpio y su talante va sobrado de una jocosa y naif alegría, que contrarresta con el mal genio estentóreo de Don Antonio, la blanda flecha de sus bromas suele dirigirse al blanco de una distraída Friné, la alumna más antigua del taller.

 

Robusta y rosada Friné, fija sus pequeños ojos de niebla sobre su cuadro. Sería también al jubilarse cuando descubre una loca vocación a la pintura.

Tan arrolladora fue su intensidad que deja en una evidencia más que ridícula a cualquiera que afirmó que ningún tipo de pasión amanece en la vejez. 

La mujer de las manos ajadas por la lejía y la edad sostiene ahora los pinceles con devoción fresca que impresiona cielos de plomo, montañas de vértices cian, prados húmedos y la calígene bucólica de sus montañas empastada su silvestre poesía entre vapores de aguarrás y aceites de linaza.

Permanente al aire del taller atufa la trementina o el disolvente aunque olviden por horas cerrar el portón para ventilar.

Dos sucios y amplios ventanales fijos acumulan al igual que los enseres que lo atestan, mesas, caballetes, luces, barras de molduras, herramientas y cajas de pintura o cuadros, una virulenta pátina de polvo y viruta minúscula de madera que los cubre con una costra protectora que incluso es visible en los hombros de Don Antonio o el señor Ramón convirtiéndolos en parte integra de la atmósfera polvorienta.

 Fuera el edificio del taller de pintura sostiene sobre si cuatro pisos con ventanas estrechas y una fachada de hormigón sin un color definido por haberlos perdido todos para encajarse en una calle angosta y deprimida por la ausencia perpetua de un sol vecinal.

 Sí, esta tarde cada uno de los alumnos trabaja concentrado incluso Leonardo García que examina ensimismado desde cierta distancia, con los brazos cruzados, su copia de una Gioconda con un ligero bigote que sin pretenderlo en absoluto compite con cualquier autorretrato de Frida Kahlo.

Uno de los ojos de la Mona Lisa se agranda y cae en las comisuras atrayendo tal atención sobre si mismo que acierta a convertirla en un extraño cíclope renacentista.

Leo da G, como lo bautiza Santiago, sin que él lo sepa claro, mirándola arrobado cree hacerle justicia cardinal a la obra maestra de su tocayo Leonardo da Vinci.

Pero antes de irse al bar Don Antonio hará una corrección, tal como desarrolla su único método de enseñanza.

Mezcla en la paleta amarillo, carmín, una pizca de azul ultramar y blanco de zinc. Compone dos tonos carne para luego irse el pincel a la aceitera empapando a placer el pelo de aceite y lo agrega a las mezclas consiguiendo dos veladuras delicadas con lo que difumina el bigote recobrando la sonrisa de la Gioconda su sutil apariencia esfumada.

Con tierra tostada y negro marfil matizado de azul cobalto recompone la gama interior del ojo extraviado y en el exterior lo estrecha con los carnes a los que agrega más pintura. 

Apenas un toque de ocre amarillo con una pizca de carmín, para la luz más clara al borde del iris finalizan la corrección que será observada por un horrorizado Leonardo García que termina por reconocer para si mismo que quizá su copia bizqueaba.

 

 En blanco pone los ojos Milita que sonríen por las bromas que le dedica ahora el señor Ramón, típicas guasas del pueblo donde nacieron que por lo general solo les hacen gracia a ellos y los enzarza replica y contra replica.

Milita convulsa por una risa tonta pinta torcida la casa de su pueblo.

 

Luis, un chico bajito de apariencia lacónica, trabaja sobre la larga mesa con pericia a ratos e inseguro otros examinando con los ojos entrecerrados para captar mejor el contraste del modelo de un libro de fotografías sobre desnudos para artistas. 

Prepara el ingreso en Bellas Artes, aunque al volver el próximo verano tras el examen quedará su mirada para siempre fragmentada en el ominoso mosaico de un cristal del parabrisas de un coche destrozado.

Pero ahora dibuja muy serio y tenso hasta que Don Antonio que al regresar del bar con  brillo etílico  le toma el lápiz y con los dedos funde la parte recargada de la sombra en la izquierda que desajusta la atmósfera. Compara y ennegrece con trazos que difumina para darle un mayor contraste provocado al volumen que se concita en la parte más clara. 

El atleta de una Grecia perdida parece volver a la vida por el grafito y la sonrisa de Luis ilumina su dibujo, asimilada la lección.

 En frente de la mesa, la nieta de Friné, espera a su abuela y se entretiene sola como una libre creadora de seis años para autorretratarse con el pelo verde, ojos de gato, la carne amarilla, la boca desmesurada y abierta por un expresionista grito violeta.

 Ya dan en el reloj de Gerardo las siete menos cuarto cuando entra en el taller de pintura haciendo una declaración en voz alta con tono un tanto melodramático a juicio de algunos y que escuchan todos:

 

-Señores estamos bajo una dictadura militar.

 

Los ojos de todo el taller se fijan sobre él que quitándose el oscuro flequillo de la frente estira el grueso bigote un tanto caído hacia el mentón y aclara que a las seis y veinte un grupo de guardias civiles comandados por un tal teniente coronel llamado Antonio Tejero han irrumpido en el congreso de los diputados disparando tiros hacia el techo. Amedrentados casi todos los políticos se han tirado al suelo protegidos por las bancadas.

Desde ese momento retiene a todos los diputados sin importar el bando convertidos en sus rehenes.

 Poco nos dura la democracia, la historia tiene tendencia a repetirse. -exclama un don Antonio fatalista y funesto con ganas de volver al bar para tomar otro sol y sombra cerrando ese pánico que se ha abierto por recordar la guerra del treinta seis.

El señor Ramón cabizbajo la recuerda también añorando a su hermano fusilado y enterrado en una fosa pocos días después del fin de la contienda, allí continúa entre un paradero desconocido de tierra.

 Un Gerardo con voz de suficiencia agrega que las circunstancias de ahora son distintas, esta generación jamás admitiría y continuó hablando con dominio de sindicalista de la U.G.T.  aunque parece que trata más de convencerse a sí mismo que de persuadir a los otros. 

En la tapa de su caja de pintura una pegatina con una encarnada rosa del PSOE se va despegando y enrollando, al fijarse en ella le parece un presagio, una metáfora de retroceso.

 A Chelines que trabaja en su cuadro de flores copia de una lámina de Lola Ades le es muy difícil ocultar una mezquina sonrisa de triunfo ante lo que escucha. Su padre falangista muerto por una bala republicana en un frente lejano se removerá en su tumba del cercano cementerio, alegre como el escrupulillo de un radiante cascabel. 

Por fin, retornará el orden, las buenas costumbres de nuestro caudillo, mangantes, ateos tras pensarlo se toca sin percatarse la medalla de la virgen que llena de pintura roja. 

Mira a Don Antonio esperando que se fije en ella y dé unas pincelas para así llevarse el cuadro a casa.

 Nervioso Don Antonio intenta encontrar en el dial de la radio noticias del congreso, pero tan solo repiten los sucesos que Gerardo ha relatado para luego saltar una batahola de anuncios alentando el consumo de patatitas fritas y coca colas.

Al levantar la vista por encima de las gafas observa a Gómez que con el carboncillo traza dos líneas del nuevo cuadro de una marina que piensa manchar hoy. 

 La pintura relaja a Gómez logrando incluso que olvidé en parte sus problemas con su empresa que consiguió sacar adelante a pesar de la debacle hace meses sufrida tras el intento de presentarse a concejal por U.C.D.  

De talante moderado y sutil su simpatía conquista a la mayoría de la gente, contribuye a ello su pulcro y bronceado aspecto, semejando al turista ideal con esas escasas y elegantes canas en las patillas haciéndole parecer recién salido de una revista de vacaciones con destino a un soñado paraíso al alcance de cualquiera.

Una línea le comprime la boca, única señal de la preocupada agitación ante la incertidumbre por su negocio si el éxito acompañara a los golpistas ahora.

 

Otro rictus estrecha el entrecejo juntando las cejas recién depiladas en la piel de dieciséis años de Eva. Dos horas antes de venir a pintar el bodegón de manzanas y botellas verdes, en la casa vacía de su novio dejaron atrás la virginidad mientras escuchaban en un casete canciones de los Secretos.

Apenas sintió dolor o algo, ocurrió todo tan rápido, al salir a la calle con rumbo al taller tenía la impresión de que cualquiera con quien se cruzaba lo sabía.

Luego al llegar al taller pintando se tranquiliza, pero otro pánico de pronto a aparece. 

Y si me quedo preñada y si falla el condón que no hemos sabido muy bien cómo usar.

Su amiga Susi la observa por el rabillo del ojo intuyendo que algo le ocurre mientras retoca el retrato de una mujer embarazada, versión libre de inspiración cubista.

 

De la época azul parece recién salido Santiago, largo, esquelético y melancólico que intenta oscurecer la apariencia caótica de su lienzo surrealista entonando un triste cobalto envolviendo a su único personaje desnudo que levita en un extraño paisaje onírico.

 Sube por si mismo el volumen de la radio, censurando drásticamente especulaciones a los periodistas por el asalto de otra noticia. En Valencia, el teniente general, un tal Milans del Boch, ha sacado los tanques a la calle proclamando el estado de excepción.

 

Los rasgeos de pinceles o carbones se detienen tomando el silencio un frío absoluto de cámara acorazada que se suspende sin peso sobre todos como aplastándolos. 

 Hasta que agita nervioso el pincel Elena sobre el agua para aclararlo, recoge precipitadamente abandonando por hoy su acuarela del muelle. 

Con prisa se va a una tienda de comestibles a comprar aceite y comida por temor a lo que ocurrirá si los militares toman las calles en todas partes.

Su tímida y rubia huida pasa desapercibida al resto que ni si quiera escuchan su encogido hasta luego.

 

El señor Ramón corta otra moldura, al cesar el ruido molesto devuelve la actividad al silencio de los caballetes.

Chelines frustrada ante la perspectiva de terminar el cuadro hoy e imaginando excitada la marcha de los tanques victoriosos decide irse a celebrarlo con Pacón, su marido, que exultante habrá metido en la nevera burbujas de champán, francés no, español como manda Dios.

Meticulosa camina al retrete escondido a un lado del taller tras una puerta con roña antigua donde el wáter y un lavabo deslucen manchurrones secos de pintura chirriando el grifo por abrirse únicamente al agua fría llevándose en su curso vertical jabón barato o restos de pintura.

Limpia apenas la paleta de papel, lo guarda todo, recoge la caja en el sitio que le corresponde en la estantería y sale para limpiarse con aguarrás los dedos.

Vuelve al retrete parsimoniosa a lavarse con jabón las manos, se las seca con papel higiénico, desdeñando como acostumbra la toalla acartonada por sucia, al tirar de la cadena busca con la mirada al lado del grifo.

Impaciente mira por el suelo, comprueba los bolsos de la bata, va hasta el caballete revisa la silla y el suelo sin que aparezca.

Mi anillo no está. ¿Alguien lo ha visto y cogido sin querer?  -su tono un tanto alterado es más una acusación que pregunta.

El señor Ramón que sale ahora del wáter dice picado y burlón que quien va cogerlo sin querer, que igual se ha caído por debajo de la estantería.  

Exacto. -le apoya Don Antonio.- Mire usted que está más ágil debajo Señor Ramón. 

Señora mía a pintar no se vienen con baratijas se dejan para presumir el domingo al salir de misa.

Jamás me lo quito, es mi anillo de pedida. -responde una atribulada Chelines.

¡Qué pedida ni qué niño muerto, estamos en un taller de pintura, DE PINTURA!  - le grita iracundo. No en una cafetería de cotillas empiringotadas y ociosas.

Milita se tapa la boca y se gira para reírse.

Chelines altanera a va responder que no le hable así cuando el señor Ramón vuelve otra vez del wáter con las manos vacías. 

Los demás comienzan a buscar por el suelo, las mesas, pero sin encontrarlo.

 Gerardo insinúa que quizá esté en el tubo del desagüe.

 -Si se ha caído y rodado por ahí a saber dónde está. -determina Leo da G.

 -No pienso irme sin el, así tenga que registrar a todos, es un anillo muy caro.-

 -Chelines, aquí no hay ningún ladrón, lo del registro a parte de innecesario resulta insultante, mire en su abrigo o en el bolso. -hablando con calma trata Gerardo de disimularle su acostumbrada antipatía y de atemperar la situación.

 

-Por supuesto, era lo que nos faltaba golpes de estado y registros estúpidos, vamos a mirar en el desagüe señor Ramón - él cual ya viene con las herramientas. - y continúa Don Antonio. - Si no está ya aparecerá o lo habrá dejado en casa o perdido por ahí.

Todos los alumnos se arremolinan en las puertas del wáter observando como el señor Ramón y Don Antonio forcejean para aflojar la tuerca sin conseguirlo.

Después de diez minutos infructuosos la cara de Don Antonio hinchada y de un púrpura saturado próximo a la explosión por el esfuerzo da pánico sobre todo por la expresión de la mirada puesta en Chelines que se toca con un tic nervioso su pelo teñido de cobrizo con una ancha veta blanca mientras también les observa muda.

-Me cago en …, déjelo señor Ramón, es imposible.

-Vamos a probar nosotros Gerardo.- invita Gómez. 

-Ya afloja algo.- dicen los dos al unísono.

 Friné sugiere que traigan un caldero antes de abrir del todo, es Eva quien lo trae.

Tras quitar la tuerca un poco de agua sale turbia y una gota de pintura negruzca se desliza lenta y gruesa hasta caer al fondo del caldero. Del anillo ni rastro.

-Voy al bar a llamar a la policía. -les amenaza Chelines negra de rabia que ya se está poniendo su abrigo de visón.

-Visones y diamantes para venir a pintar, mañana también tendrá la pretensión de que le compre otro pobre pellejo porque se lo habrá manchando de pintura cualquiera de nosotros. Vaya, vaya, a ver si vienen hoy con la que está cayendo. 

 Entonces Susi apunta que si no estará en su caja de óleo. 

 Chelines por terror a manchar el abrigo en ese wáter inmundo se lo quita, saca la caja ante la mirada de un Luis que ha entrado porque para nada se fía de ella.

Al lado del barniz para cuadros el diamante del anillo da un destello, la aparición relaja la tensión imperante excepto el mal humor de Don Antonio que farfulla que quién va arreglarle el lavabo, la tuerca y el tubo porque los golpes para aflojarla se han partido. 

 -Eso no es nada, mañana yo lo arreglo. -asegura el señor Ramón interrumpido por Chelines que poniéndose de nuevo el visón y cogiendo el bolso se va rauda con un hasta mañana prometiendo una botella de whisky Dick a Don Ramón y pasteles para todos.

 -Sí estamos como para celebrar. - casi le grita Gerardo al verla cerrar la puerta. 

 Más adecuado serían unas disculpas que sobornos, sobre todo sentidas. -el aplauso a Gómez es general.

La nieta de Friné, Daniela, única alma ajena al jaleo que se ha montado, termina ahora de pintar un mundo lleno de monstruos y a una niña que con una pequeña espada les va atravesando. Cada herida se ilumina con un tono distinto cayendo por los lados del círculo terráqueo los colores que se desangran para acercarse unos a otros formando un arco iris entre el negro de ceras de la oscuridad. 

 ¿Eres tú? - pregunta Santiago al verlo, Daniela asiente.

-Mejor nos vamos, es muy tarde. - les recuerda el señor Ramón que apaga la radio mientras Don Antonio confirma, con un cansancio dolorido levanta sus gafas para frotarse los ojos.

Recogen apresurados, al ponerse los abrigos y los gorros de lana apaga Don Antonio la álgida frialdad de los tubos fluorescentes. 

Salen uno a uno a esa noche amenazadora de invierno clausurada de estrellas, las sombras de oscuridad dan matices ónices cuyo brillo se opaca por el apagón de la luz artificial de las farolas que en ese momento eligen la avería mientras la ceñida calle desangelada se va tragando furtivos sus pasos apresurados, nadie se despide como si coincidieran que hacerlo sería una aciaga premonición.

Dentro el taller a oscuras se sume en la quietud y la espera, destacan en la penumbra los lienzos en blanco más el pequeño calendario de una hoja al que señor Ramón ha olvidado arrancar la página actualizándola para mañana.

En la cabecera de la hoja con letra de molde debajo de la data en rojo, el mes y el año en negro da respuesta al día que se fue hoy.

 

23 de febrero de 1981.

 

domingo, 30 de octubre de 2022

Truco y trato











on calabazas iluminadas por velones decoramos 

la puerta de entrada esta víspera de Halloween colgando además telarañas tan reales que dan repeluznos a la futura Miércoles. 


Luego te vestiré y maquillaré con el disfraz inspirado en la familia Adams.

Una Miércoles espeluznante, tierna y triste me sonríe en el espejo con una línea tétrica en la boca.

Los otros niños al venir a buscarte para recorrer las puertas del vecindario disfrazados de zombies, Chuckys y fantasmas te miran expectantes hasta que uno de ellos suelta una risita lúgubre que rompe el sortilegio e inicia la fantasmagórica desbandada. 

Insisto en que te lleves el abrigo a pesar del extraño calor que hace esta tarde última de octubre. Rápido te despides, aunque advierto que tus manos, que había olvidado maquillar, muestran una palidez cadavérica.

-Dios mío, esta niña tiene piel de camaleón- exclamo sin querer en voz alta.

 Son las diez, aún no has vuelto. ¿Y si voy hasta la casa de al lado a ver si uno de los Casper ha regresado?

Abre el mismo niño que acabando de llegar ignora dónde estás, tampoco el resto de chiquillos parecen saber de ti, te perdieron de vista sin notarlo.

Llamo a mi madre por si has ido a su casa, pero allí no has aparecido. 

Casi le cuelgo, me crispa los nervios sus recriminaciones, tipo a por qué te dejo andar por ahí una noche como esta ideal para correrías de pederastas asesinos.

Consigue meterme el pánico dentro, respiro hondo para tranquilizarme. 

Cuándo he hecho algo bien para mi madre, si no te hubiera dejado ir también me lo hubiera reprochado. 

Llamaré a tu padre, el timbre del móvil suena y suena hasta colgar sin respuesta.

¿Dónde diablos estará? Seguro que anda por ahí haciendo el gilipollas disfrazado de Freddy Krueger con su nueva novieta medio adolescente.

Gilipollas le grito de nuevo a la puerta cerrada con un desahogo a destiempo.

Maldita dignidad mientras tragaba la rabia subiendo a borbotones cuando con la excusa de venir a verte desvalijaba algo de la casa, recitando manidas excusas para no pagar la pensión o traía la ropa para lavarla porque según él había comprado la lavadora hasta que desistió al clavarle mis ojos de mantis religiosa.

Esa tarde se fue de vuelta con sus calzoncillos sucios, aunque imagino donde terminarían, en la lavadora de la madre abnegada de la novia cadáver que se niega hacerle la colada. 

Ni los expolios o la colada, lo peor es que olvide sistemáticamente llevarte cuando le toca.

 

Recorro el barrio buscándote, suena el móvil, mi madre otra vez.

Miento, le digo que tengo otra llamada, ansiosa y enloquecida voy corriendo sin aire hasta la comisaría.

Tengo miedo de escucharles eso de que hasta pasadas cuarenta ocho horas será prematuro considerarlo una desaparición, pero esto cambiará por una niña, imagino.

Dios mío, Dios mío que me ayuden, por favor.

Vuelvo a casa en el mismo coche de policía con dos agentes que han mandado para buscarte por los alrededores e insisten en que espere sus noticias en casa. 

Para qué discutir con ellos entro y prendo todas las luces de la planta baja como si con ello pudiera concitar tu vuelta. Las cerillas chamuscan mis dedos entumecidos y temblones al encender de nuevo las calabazas, aunque ni siquiera noto la quemadura.

 

Una pesadez infinita se apodera de mis pies, cada paso supone un sufrimiento atroz. De pronto alguien me sostiene, mi medio hermana me ayuda a subir los escalones de la entrada, luego me lleva a la cocina, hace un café para las dos, rebusca en la alacena una botella de ese licor que suele traer cuando viene a comer.

Bebe un trago.- me sugiere. 

Mi madre le ha contado lo sucedido, a partir de ahí sus palabras flotan en mi cabeza como si el lenguaje hubiera perdido su sentido o propósito para convertirse en un intrincado galimatías.

Trascurre otras dos horas mi hermana se ha dormido en el sillón.

Alguien toca suavemente la puerta, un periodista se acredita con el diario tal y cual, me pregunta si podría concederle una entrevista ya que darle publicidad a la desaparición ayudaría a encontrarte más pronto, ha sido mi madre quien les ha llamado.

Le cierro la puerta tan suave como fue su llamada, subo las escaleras, voy a tu cuarto, su penumbra me da la bienvenida.

Obvio pelear con mi madre por lo del periodista, como de costumbre hace lo que le viene en gana sin tenerme en cuenta.

Me aguardan las paredes de tu cuarto con el tono malva que elegiste. Rita la tortuga desde su acuario me observa a salvo, al ver que no eres tú, todo para su mundo acuático pierde interés.

Me tiendo sobre la cama tu olor me entra como un consuelo y una esperanza cierta de que continúas aquí. 

Vas a volver me digo sofocando un gemido sobre la colcha de lunares lavanda. 

Cuando regreses cambiaré lo que haga falta, haciendo ese tipo de promesas imposibles urgidas por la desesperación.

¿Dónde estarás? Pienso y pienso, muy improbable que hayas ido por casa de tu padre por la forma en que ahora le miras.

Padre e hija parecéis empeñados en un trato tácito, un truco de silencio en que nada parece haber cambiado. 

Sin embargo, es mera apariencia, fue tu mirada, la de ahora y la de antes, se ha vuelto no sé... desengañada o adulta o vieja, la que me dio el primer indicio de que Freddy algo ocultaba.

Nada original por otra parte y bastante prosaico, el típico cuarentón con crisis cree recuperar lo que ha perdido al lado de una chica demasiado joven.

¿Cómo lo supiste? Quizá los descubriste…

¿Tendría yo esa misma mirada cuando ocurrió lo de mi padre?

En su funeral mi abuela llevaba una niña de la mano cuando agarró la mía, extrañadas nos observamos con los mismos ojos dulces y burlones de mi padre. Más tarde mi madre me contó que papá era un borracho infiel y que la niña era mi medio hermana.

Mi heroico padre murió dos veces para mí en un solo día, odié a mi madre con toda la fuerza de mis ocho años, quizá percibí en su revelación cierta revancha o fui yo quien se esforzó en notarlo, culparla era tan embriagador para una hija que a menudo la defraudaba.

 

Más tarde viendo fotos de su último año, desmejorado por la incipiente cirrosis, parecían revelar que mi padre lamentó sus errores al menos al final. Una de ellas le mostraba a punto de embarcarse con su cámara de reportero de guerra colgada de la chaqueta de cuero, su mueca insinuaba despedida sin retorno después la muerte le dejó tendido y desangrado entre la aridez de un paisaje distante con sospecha evidente de suicidio.

Todavía alguna vez la voz de mi padre invade alguno de los rincones de la casa para que recuerde cuanto le quería. 

Evoco los mapas desmañados que solía dibujarme de lugares a donde iba, mi tarea era colorearlos, así sabré volver a casa, me decía.

Freddy jamás asume uno solo de sus errores, simplemente los desvía, demonizarme asegurándose que tú escucharas sus reproches reales o imaginarios y así manipularte.  Nunca le creí capaz de tal vileza.

El sonido del timbre de la entrada me sobresalta escucho a mi hermana hablar con mi madre y otras voces desconocidas.

No quiero bajar, no quiero saber, no quiero escuchar.

Temblando me siento en tu cama, mi hermana abre la puerta, los policías quieren hacerme unas preguntas. 

Bajo tan rápido que estoy a punto de caer, mi madre va decir algo pero al verme se calla, por primera en mi vida me siento más cerca de ella que nunca.

Los agentes ruegan que me siente, nos informan que no has aparecido en ningún hospital, preguntan sobre ti Freddy, les respondo que estamos separados desde hace unos meses. 

Piden detalles sobre la separación, si ha sido amistosa y si tú Miércoles podrías estar con él.

Les respondo sobre las causas, que en términos generales ha sido algo dura y sí quizás estés con él.

Insinúan si es posible que te retenga para escapar contigo o para hacerme daño. 

Trato de disuadirles de esa idea, creo que lo consigo, preguntan si he notado algo raro o si pudiera haberte llevado otro familiar, conocido u amigo. 

Les digo lo único que he notado es que tú estás más silenciosa que de costumbre, pero después de la separación eso me pareció normal. 

Se van diciendo que van a encontrarte, por qué no les creo.

Me siento a esperarte mientras las horas de vigilia se desgranan lentas y frías luego amanece para llenarse el día con flores difuntas. 

A las ocho el móvil suena, llamas al fin Freddy, dices que vienes. 

Al colgar sin querer le doy al historial, aparece en las llamadas de ayer por la mañana el nombre de mi amiga de infancia. Recuerdo como hablamos de su antigua casa familiar en una calle aledaña a ésta.

Especulamos si el dueño actual al final la rehabilitará o quizá la venda tal como está, el demolerla imposible por su catalogación de protegida, aunque dado su estado esperará que se caiga por si misma. 

Evocamos nuestros juegos en su enorme envergadura que culmina con un techo de cristal y piel de dragón gris. Nos reímos por nostalgia porque creíamos que allí un mágico dragón nos protegía de cualquier mal.

De pronto suelto el móvil echo a correr esquivando los brazos que intentan detenerme. 

Apenas noto el frío prístino de noviembre, menos aún el cansancio, como si toda mi vida me hubiera preparado para esta carrera desbocada que concluye en la meta de la verja del caserón roída de orín.

La maleza invade la mayor parte de sus paredes pretendiendo rivalizar con los adornos curvilíneos y los motivos vegetales tallados. Entre la verja y el edificio apenas existe terreno, solo se estrecha un único pasillo de gravilla para recorrerla ahora también inundado de marañas y espinos de moras salvajes.

Sin detenerme traspaso la puerta medio abierta, dentro el deterioro muestra más evidencias sin que me impidan llegar al salón. 

Los muebles que antes la atestaban han abandonado su lugar, dejando las paredes con la forma clara y vacía de un hueco que antes sus moles ajustaban.

En uno de los ángulos entre los paneles de madera cuya taracea se pudre sin remedio todavía resiste intacta la puerta. Al abrirla mi corazón golpea de tal modo las costillas que resuena elevando su frenesí en el invernadero secreto de la casa, un vaho empaña su techumbre cristalina por el calor extemporáneo.

Allí sobre el suelo cerca del arbusto seco de peonías rosas estás tendida sobre tu oscuro abrigo rodeada de papeles de caramelos plateados y dorados donado tributo a la plácida respiración de una niña golosa que sueña.