sábado, 20 de septiembre de 2014

Sería abril




Sería abril, cuando robamos las rosas trepadoras,
acechadas a la pared de piedra,
arañadas por su espina,
regadas de nuestra pequeña sangre, su olor.

En el linde de la casa, sobre el zarzal,
cosechamos por la boca silvestre,
el zumo de la moras.

Tú risa, la suya y la mía,
escalando el balagar,
como espantapájaros
buscando el relleno de su paja.

Las cinco nos dio del geranio,
uñas postizas y rosadas,
del rabo con dos cerezas, los pendientes,
en aquel columpio con tejado que hizo mi padre,
desde el mugriento mandilón, tres pares de pies se elevaron.
Era fiesta,
los globos con pasajeros,
inundaron aquellas nubes que eran nuestras.
Más tarde llovió, lo anunciaron las alas de las hormigas,
de su escondite salieron los sapos,
igual que príncipes sin beso,
su hipnosis
nos pegó pálida la nariz en la ventana.
Quién saltó hasta el cielo del cascayu
Abrí la tapa prohibida,
bajo la higuera,
los caracoles hacían ejercicios de equilibrio
y las tres asomadas a su reflejo,
para tirarle tu tesoro a las ondas inaudibles del brocal.
Juró el viento junto a los altísimos álamos blancos.
El ciprés que creció contigo,
y contigo y conmigo,
ha desaparecido para siempre,
la casa y la infancia,
y aquellas ahoras
son la losa de asfalto,
de un aparcamiento.
Nunca la díscola rosa
renaciendo pegadita al tendal
volverá
a deshojar mil pétalos
o gotas temblonas de rocío
ni otras luciérnagas darán a luz
al final del pródigo verano.