lunes, 4 de mayo de 2015

La distancia


Una selva y un bosque amable mantienen sus montículos mullidos desde donde otear sus territorios, si al deambularlos se cruzan indiferentes, se ignoran.
Su pacto implícito de no agresión, conlleva explícito compartir el tanque del agua, que ha de ser fresca y clara.

Me llaman Ágata, nombre al que no atiendo.
Suelo mirar el mundo por la ventana y huyo de sus estrépitos, detesto salir de mi selva y medito las horas de luz sobre los cojines al lado de la almohada, mis pupilas centellean su ardor fascinante en la oscuridad.
Cualquier invasión que altere mi selva, es examinado e investigado hasta sus últimas consecuencias, optando por desaparecer o aparecer, para volver desaparecer en lo recóndito de los armarios, debajo las camas o quién sabe dónde, hasta que el invasor móvil desaparezca.
Me alimento apenas de lo necesario, proporcionado por los seres de menor rango, esos que caminan a dos patas, hablan y desconocen de los misterios del silencio, sus contemplaciones y meditaciones, los cuales se empeñan en atosigarme con sus zalamerías que detesto.
Adoro el calor, el frescor del verano y soy una cazadora crepuscular de moscas impertinentes, cuyos cadáveres dejo visibles para que sean retirados, mis tareas de aseo las dedicó a mí misma, es una de mis fijaciones y prioridades.
Mantengo mis uñas en perfecto estado, encargándome de afilarlas en los montículos que se deshilan y me desgañito con maullidos de rabia cuando me las cortan.
Ejerzo mi reinado con una sobriedad mayestática y una elástica consciencia inalterable, la cual desfogo en carrera libre por mis posesiones cuando mis músculos desafían la gravedad.
Odio que toquen mi cola, me peinen y suspendan mis patas en el vacío.
Si os atenéis a mis reglas os consideraré mis súbditos, a los que ignoraré u observaré a conveniencia, aunque vuestras ausencias por tiempo indeterminado no me preocupa, ya volveréis.


Me llaman Frida, atiendo a ese nombre cuando me interesa, suelo vigilar mi bosque atenta a sus timbres, ruidos o chasquidos matutinos y nocturnos.
Adoro del mar, el agua y  la arena, además de las praderas interminables, la comida y las pelotas, me serviré y tramaré cualquier estratagema para conseguirlas.
Prefiero la sombra del suelo, los montículos a una altura media, para dormir mis siestas de medio ojo abierto y mis sueños de párpados cerrados.
Soporto la correa porque el bosque de asfalto tiene demasiados obstáculos y peligros, sus olores no me interesan, excepto algunas cuevas cuyos aromas deliciosos, son idóneas para exhibir mi mirada hipnotizadora que suele darme un resultado óptimo.
Gruño cuando algo me desagrada, me amenaza, disgusta o provoca placer y odio que me sumergen en un bañera para darme baños, con esa sustancia jabonosa que me priva de mi olor natural.
Siento un apego de clan por los seres de dos patas, que cuido inalterablemente en cualquier circunstancia.
A veces entierro mis tesoros y no comprendo porque me regañan, aunque muestro mi vergüenza bajando la cola y las orejas sin un convencimiento de enmienda, cuando mis dos patas se inclinan hacia delante, te estoy diciendo: Eh amigo vamos a jugar.
Aunque lo que menos soporto y me causa una resignada desdicha, es que se vayáis, entonces un aullido hace su llamada para encontraros.


Cuando se quedan a solas y sólo entonces Ágata sube al sofá con Frida para hacerle
en la distancia, compañía.