domingo, 5 de octubre de 2014

El retorno


Un cigarrillo expira en el cenicero atestado de colillas, sobre la mesa cicatrizan otras quemaduras de pitillo. 
Ese caos de papeles, facturas, ceniza y polvo, deja una insólita esquina limpia en la mesa, donde la luz enfoca su atardecer sobre al libro de poemas de N. H. Lazaro y encima del libro, una flor robada en un vaso de whisky.
Antes de irse, comprobará el pestillo de la persiana, para asegurarse que el primer haz de la claridad alumbre sobre la flor alcohólica.
Al ponerse el abrigo, sube el cuello, cerrando la puerta.
Ya en el portal cubierto de azulejos descascarillados, la noche aparenta colarse oscura y sin luna.
Una bocada de calor le inunda, pero siente frío, un frío intenso. 
Camina calle arriba con los poros de la piel erizados, sonríe para tranquilizarse, a su sombra móvil por las paredes. 
La caminata hasta su coche, le hace sudar, y es esa misma oscuridad, quien lo huele. 
Abre la puerta, se sienta y por efecto de la transpiración, las llaves resbalan de su mano, al escuchar  a lejos el estampido del cristal de esa noche interminable a la que no resucitan sus estrellas.


Le esperaba en la puerta, aquella mañana gris y tórrida.
¿Damián Campos?- pregunto.
Sí. Le dijo al abrirle la puerta.
Siéntese. Y con gesto le invitó a que hablara.
Me llamo Óscar Olar. 
Quisiera contratarle para que encuentre a mi hermana, desapareció hace veinte años.

Le mira a los ojos de un azul, que divisa su norte.
Quizá su hermana no quiere que la encuentren.

Le devolvió la mirada a otra gris como esa mañana.
Mi hermana, jamás, se hubiera ido sin mí.


Puede que tuviera una poderosa razón para irse sin usted.


 No… llámelo una corazonada.
Olga, mi hermana, tenía veintidós años cuando desapareció una tarde de marzo.
Yo tenía diez años por entonces, y la esperé, esperé en vano a que regresara.
Si acepta, le dejo mi teléfono. 

Por favor ayúdeme. 
Lo dijo al cerrar la puerta suavemente, dejando detrás de si, el aliento del tiempo perdido.

Entró en el bar, en la mesa del fondo, esperaba Óscar Olar.
Con un gesto saludó a Daniel.  Lo de siempre le dijo.
Se sentó y puso las manos sobre la mesa veteada de mármol.
En mí se cumplen casi todos los tópicos, soy mujeriego, bebedor,  pero tengo ciertos escrúpulos. No engaño a mis clientes, nunca. 
He hecho algunas pesquisas sobre la desaparición de su hermana, es un caso cerrado y sin resolver.
 Lo fue entonces y lo es ahora, la policía así lo resolvió. 
Incluso las averiguaciones privadas que su padre, Octavio Olar, contrató, tampoco arrojaron ninguna pista para encontrar el paradero su hermana.
Veinte años después, prácticamente es imposible averiguar nada nuevo. 

Damián, me gustaría que me acompañara a un lugar, a cincuenta kilómetros de aquí. 
Le pagaré lo que me pida, resuelva lo que resuelva, o si quiere considere que soy alguien que necesita concitar a sus fantasmas.

Al salir Damián guiñó un ojo a Daniel, su amigo y dueño del bar.  
Apúntalo en mi cuenta, luego vuelvo.


Durante el trayecto en coche, permanecieron en silencio.
Al llegar al pueblo de Curría, giraron a la izquierda y después de un kilómetro, se detuvieron frente una descomunal verja de fundición, rematada por una O gigantesca.
Alguien salió abrirles, unos metros más allá de un jardín francés, se detuvieron a los pies de la escalinata de la entrada de un edificio elegante y diseño minimalista.

Supongo que ya habrá adivinado que esta casa pertenece a mi padre, además de percatarse de la inicial que preside la verja, los cristales de la casa, e incluso la forma de este jardín francés, uno de los tres jardines que posee la finca.
Mi padre era un hombre megalómano, extremadamente, a si por este orden inteligente y rico.
Las iniciales de su nombre Octavio Olar presiden todo lo que alcanzó, hasta sus hijos.
Le enseñaré los jardines, mientras le hablo de él. 
De mi abuelo ya heredó una fortuna considerable, pero su habilidad para incrementar su patrimonio era pareja a su carisma, consiguiendo que todo el mundo hiciera lo el que quería.
Era un seductor nato, una araña letal envolviendo en su capullo de seda a su presa y la presa era feliz formando parte de su despensa, presta a ser devorada.
No conocí a mi madre, murió cuando yo tenia un año y mi hermana trece. 
Mi padre no volvió a casarse, fue mi hermana quien se ocupó de mí, convertida en madre adolescente.
Vivíamos permanentemente aquí con el servicio, a mi padre le veíamos poco. 
Una serie de profesores nos educaban por supuesto, Octavio Olar no descuidaba nada.
Aunque no nos proporcionó ninguna instrucción religiosa. 
Despreciaba a los creyentes del dios 
de un viejo libro.

¿Qué le parece este jardín francés, Damián?

Exquisito, las fuentes son extraordinarias.

Mi padre, al concebirlo, se insirió n en las fuentes y la armonía paisajística de Versalles, y las esculturas  emulando las de la antigua Grecia.
Sígame ahora veremos el jardín italiano y la casa de invitados.

Al bajar otra escalinata, formando un cuadrado en su centro con un estanque de ninpheas, enfrentaba un pabellón y la casa de invitados.

Quisiera fumar, dijo Damián.

Claro, ¿Nos sentamos en el banco de piedra? Huiremos de este sofocante calor.
La casa de invitados está vacía sin muebles, aunque en otro tiempo los amigos de mi padre, la llenaban.
Pintores, escritores, políticos, empresarios, incluso el clero, eran sus invitados.
Cuando mi hermana desapareció, mi padre cerró la casa, pero mantuvo el personal para que la cuidara y la vigilara.
Hace unos meses mi padre falleció, por eso volví.
Ven, si no te importa te tuteo, paseemos por el jardín inglés, el preferido de Olga y mío, el más extenso de toda la finca. 
Los jardines ingleses son diseñados como si de un bosque natural se tratara, pero con un estudiado albedrío.  Esta estela de piedra es auténtica, el dios de la celta de la piedra es posible que tenga más de dos mil años. 

Olga creció como una niña salvaje, era independiente y rebelde, en ningún modo dispuesta a formar parte de su papel de reina blanca del ajedrez de mi padre. Pretendía convencerlo que olvidase sus planes para ella y que la permitiera irse conmigo y él a la ciudad. 
Yo era su punto flaco y nunca me dejaría mientras fuera un niño. Supongo que ella tenía algún plan secreto, que no confiaba a nadie, mi hermana era muy introvertida y hermética.

¿La quería, tu padre?

No, creo que jamás mi padre quiso a nadie. Pero cuando desapareció como ya te comenté, no volvimos a esta casa de la que estaba tan orgulloso, y nunca volvió hablar de ella bajo ninguna circunstancia.
Comenzó a prestarme una atención constante, como su heredero, debía formarme para continuar con su imperio. Después nos instalamos en el extranjero debido a sus nuevos negocios y para que acudiera a una prestigiosa universidad privada. 
Hubiera hecho cualquier cosa por agradarle, le quería con una admirada fascinación, que me horrorizaba y repelía.
La casualidad o el azar truncaran todas sus expectativas sobre mí. 
Un accidente le reveló algo que él y yo desconocíamos, desbaratando su ecuación de destino. 
Un análisis dictaminó que soy estéril.

Durante mi convalecencia en el hospital, estuve solo, no fue a verme, ni una sola vez más.
A la salida del hospital, me convocó a su despacho. 
En el banco he dispuesto una pequeña fortuna para ti, la herencia o la legítima que te corresponde. Lo suficiente para que vivas, cómodamente toda tu vida.  
Eres libre.
No quiero verte más.



Hace algo más de un año, su abogado se puso en contacto conmigo. 
Quería verme.
En la cama visiblemente desmejorado me recibió.
Cuánto te pareces a mi padre, tan alto y delgado como él. 
¿Sabes, durante años dudé, que fueras hijo mío?
Me lo espetó así y sin darme ninguna explicación, prosiguió. 
Te he nombrado uno de mis albaceas y quiero pedirte que veles para que cumplan con todas las cláusulas de mi testamento. Nada te dejo, a excepción de algunos objetos que desees de la casa Olar.
¿Lo harás?  

 Por volver a la casa, lo haré. 
¿Quieres decirme algo, que debería saber?

No tengo nada que decirte. 
Vete.
Volvió la cara hacía la ventana, como despedida.

Y me fui, no sentí dolor, ni admiración, ni amor, no sentí nada.



Un mes más tarde, murió. 
Su abogado me citó de nuevo, para comunicarme las condiciones de su testamento, además de mis obligaciones como albacea.
Toda su fortuna se distribuía para la permanencia de las numerosas sociedades de beneficencia  creadas a su nombre, en esos últimos años.
La casa Olar y esa es mi misión, era destinada a un museo donde se instalarían además de las obras de arte que ya contenía, todas las otras que durante esos años, mi padre había comprado. Una colección, una joya, que cualquier país desearía tener.
La mansión Olar fundación y museo formaría parte del patrimonio nacional.
Octavio Olar había comprado la inmortalidad por asociación, su eterno retorno.

Entraron en la casa Olar.
Un vestíbulo amplio y fresco los acogió, resonaron sus pies por el suelo de marquetería.
Damián elevó los ojos al techo, la admiración relajó su boca abriéndola, ante el artesonado.
Óscar sonrío diciendo: Vamos a la izquierda, a la biblioteca.
Se abre los raudales de la tarde en las paredes de la sala.  
La llenan estanterías del techo al suelo de caoba y en algunos anaqueles con puertas de cristal grabadas, de nuevo las iniciales de Octavio Olar.
Una mesa para la lectura, un atril con alas de águila.
Todos los libros en perfecto orden están encuadernados en piel, su título y autor en letras doradas.
Damian observa la nota disonante de un libro de bolsillo, muy manoseado.
Interroga a Óscar, alzando las cejas.
Una pequeña compensación o venganza, entre todos estos libros perfectos, algunos incunables, un libro de poemas de un pobre poeta del sur.

¿Qué es la poesía, para ti Damián? 

Consuelo.

Vi tu flor ebría y comprendí, que lo era todo para el lacónico detective Campos.
¿Crees en los paraísos? preguntó de nuevo Óscar.

Algunas mujeres lo son.

Mi hermana hizo un paraíso para mí. 
Sólo cuando lo perdí, cuando la perdí a ella, lo entendí.

Alguien llamaría a eso incesto.

Alguien lo llamaría pureza, Damián. 

La vergüenza le obligó a una disculpa.
Perdona, he dejado que mis prejuicios continuamente te juzguen.


¿Tienes sed, hambre? 
Vamos a la cocina, allí tengo algo de comer y beber.
Vivo aquí, hasta que finalicen todos los trámites y comiencen las obras de adecuación para el museo. 
Los cuadros de la casa, se los han llevado para catalogarlos.  
Así como todos los muebles excepto los de la alcoba de mi hermana y de la mía. 
Aún no he pensado que hacer con los libros, los donaré anónimamente a una biblioteca.

En la antigua cocina, por primera vez Damián se sintió cómodo.
Se dio cuenta que estaban en el corazón de la casa.
Colgaban de los azulejos sobre la cocina de leña, ramos secos de laurel y de romero.
Me críe con los guisos de Dolores, la cocinera.
El olor devuelve intacto lo más inmediato de los recuerdos.
Su mandil blanco olía a espliego.
Una sonrisa de nostalgia cruzó sus labios.

Comieron, bebieron plácidamente, como el dos amigos que se conocen tanto, que en el silencio encuentran complicidad.

¿Seguimos? veremos el resto de la casa, antes de que oscurezca.
El salón de baile centelleaba sus espejos.   
En las otras salas vacías, lucían en el esplendor de sus suelos, las tarimas de marquetería distintas en cada estancia.
Algunos de los techos estaban decorados con complejas molduras de escayola dorada 
y en su centro, pinturas alegóricas a la sensualidad, la música e incluso la ciencia.
Subieron por la escalera a la segunda planta.
El dormitorio de Óscar era un cuarto de niño, austero, con una cama pequeña, algunos libros, juguetes y un cojín de perro.
El de Olga, más amplio y circundado de ventanas. 
Un tocador con un cepillo de plata y un frasco de perfume.
La cama con dosel y un mosquitero de tul.
Damián sintió unas irreprimibles ganas de tocar, la colcha de seda.
Lo hizo cerrando los ojos.

Óscar dijo: En esa esquina hay un retrato suyo.

Abrió los ojos y la vio. 



Su mirada, vaciló, así como su voz a la que trato de disimular su emoción.
Sugiere su mirada un sutil deseo de algo inalcanzable.

El retrato es mío.
Lo he hecho de memoria, me lo ha inspirado la vuelta a la casa.

¿Te dedicas a la pintura?

No profesionalmente.
Aunque toda, todo artista profesional o aficionado, desea dejar en su arte, todo aquello que por vivir, somos y fuimos. 
Imaginando, presintiendo, porque no queremos separarnos de la carne, anhelamos que el arte sea inmortal porque nosotros no lo somos y por ello lo inmovilizamos sobre papeles, sobre piedras, sobre lienzos, sobre notas musicales, sobre los pasos de la danza, los rollos de película, los espacios que habitamos. O de cualquier forma que hallemos, en infinitas combinaciones, desde lo abstracto a lo concreto, desde la razón a la sin razón, desde lo penetrable a lo inexplicable.
Y desde siempre y lo sigue siendo es una expresión espiritual primitiva, una práctica mágica que propicie una protección ante lo efímero.

Óscar y Damián callaron, la oscuridad invadió la habitación y sus caras.


Aparcó frente al bar. Óscar le puso una mano sobre el hombro.
Sé que es imposible que averigües algo, ya me lo has dejado muy claro. 
Te ruego que lo intentes un poco más, dentro de par de meses voy a irme, los trámites habrán finalizado y se harán cargo de la casa.
Antes de irme, te llamaré si tú antes no lo haces. 

Damián asintió y bajó del coche, una intensa ráfaga de calor aún más asoló a la noche


Entró en el bar se sentó en la barra.
Hola Dan, qué tal si me pones un gin tonic.

Por fin has aterrizado por aquí.
Eso está hecho, espera que voy a cerrar.
Insoportable esta canícula. 

Damián le contó donde había estado.


Olar… me suena.
Ah ya sé. 
Mi tía, tiene un tasca en Cuerría, con su cuñada Dolores, y ésta trabajó hace mucho tiempo en la casa Olar.

Dan, quisiera hablar con Dolores. 
¿Te importa llamarla mañana?

Claro, mañana mismo.

Entre copa y copa, los dos hablaron de mujeres, de deseos y de lugares a donde nunca irían.

Salieron de madruga del bar. 
Damián vivía cerca, se despidieron al cruzar la calle.
Miró el buzón antes de subir la escalera.
Se tumbó en la cama, y sólo se quitó los zapatos,  se durmió en pocos segundos.

 Quiere correr entre en la niebla, no puede, lo intenta, da dos pasos, se ahoga.
Las sienes martillean, le taladran el cerebro. 
Algo le persigue sin poder escapar, y corre otra vez sin moverse en una carretera oscurísima.
La lengua se le seca y la siente gruesa, rajándose, traga para que vuelva la saliva.
Le va alcanzar, el pavor le da la fuerza y  corre y corre a pulmón, el corazón desbocándose le estalla.
 Cae, la sangre le inunda dejándole ciego, se arrastra abriendo la boca con un gañido, cada vez más ronco, toma aire para un estertor. 

El sonido del teléfono le despierta.
Es Dan, para decirle que sus tías le esperan cuando quiera.
Vuelve a tenderse en la cama, hasta que su respiración se tranquilice y fuma un cigarrillo sin recordar la pesadilla que ha tenido.

Un sol inmisericorde continua mortificando los días que han pasado, hasta esta nueva mañana en que Damián entra en la tasca de Cuerría.

¿Eres Damián, verdad? pregunta una mujer sonriente con la cara surcada de arrugas, la tez sonrosada y el pelo entrecano.

Dolores, ¿puedes salir?
Entra hasta la cocina, estará ocupada y no me oye, gira por aquí a la izquierda y después a la derecha. 

La ventana la encuadra de espaldas.
 Remueve el humo y el olor de una perola, se gira y sus ojos sonríen, sobre el cuerpo el mandil terso y fragante le recibe.

Soy el amigo de Dan.
Ah sí, Dani nos dijo que vendrías, investigas la desaparición de Olga, aunque creo que mi ayuda apenas te servirá, pero contestaré gustosa a lo quieras.
¡Qué calor! días y meses llevamos soportándolo.  
Te daré un té helado. ¿Te apetece?  

Sí, me apetece.

Le invitó con un gesto a que se sentaran en la mesa.
Ha sido Óscar quien te ha contratado. 
Sí, cuénteme sobre la casa Olar y el último día que vieron a Olga.


Ha venido a verme a su vuelta, Óscar ha cuidado de mí todos años, enviándome dinero. 
Trabajé en la casa Olar más de cuarenta años, ya en vida del viejo Julio Olar.
Óscar se le parece tanto, por dentro y por fuera. 

Bebió un poco de té dorado antes de continuar. 
Damián se percató, que hacía esa pausa para evitar emocionarse y concretar sus recuerdos.


¿De qué le sirve a la soledad, el dinero?
preguntó al continuar. 
Olga, era niña totalmente sola antes de que naciera Óscar, a excepción de su perro que la seguía a todas partes. 
Estábamos nosotros, el servicio que la queríamos, pero todos nosotros teníamos nuestras vidas fuera de la casa Olar.
Y ella se crió aquí sola, sin sus padres la mayor parte del tiempo lejos, ocupados en sus respectivos intereses.
Octavio tan cautivador y glacial, su madre Lucrecia superficial y hermosa.
Desde el mismo instante en que nació, Óscar lo representó todo para su hermana y Olga para él.
Es un niña fuerte, frágil, taciturna, idealista. 
Me enseñó a leer con los libros de su padre, si Octavio Olar se hubiera enterado que la cocinera manoseaba sus libros, no sé, qué hubiera ocurrido conmigo.
Sensible, y más entreabierto que ella, el niño Óscar.
Después de su nacimiento, se extendió un rumor sin una fuente clara. 
Se decía que Óscar no era hijo de Lucrecia, pero el rumor como surgió, se apagó.
Supongo que sabes, que la madre falleció un año después de darnos a Óscar.
Un cáncer galopante.

Los últimos días antes de la desaparición de Olga, un gran cantidad de invitados vinieron a la casa.
Uno de ellos, el político Casto León, para inaugurar las obras finalizadas del embalse, abrir la exclusa que inundaría el pueblo vecino, el que estaba sólo a un kilometró de la Casa Olar.
El abandono del pueblo fue terrible, algunos vecinos no querían irse. 
Un nuevo trazado de las carreteras que lo bordeara sería más costoso.
El bien general frente al bien de unos pocos…
La iglesia y el puente románico fueron inundados también por el agua, así como el cementerio, la escuela con su pizarra y sus pupitres de madera.





Una de esas mañanas, Octavio y Olga tuvieron una fuerte discusión,  era muy habitual entre ellos.
Aunque esta vez a su padre le encontré muy afectado, nunca le había visto así, ni por nada ni por nadie.
A la niña no pude sacarle ni una palabra, pero había una feroz determinación en su mirada.

La noche anterior a la inundación del embalse, Olga desapareció.
Lo había hecho otras veces aunque por unas horas, nadie sabía adonde iba, porque ni siquiera a su hermano se lo contaba.

Octavio, avisó a la policía, durante meses la buscaron, incluso en el extranjero, hasta contrató investigadores privados. El caso fue archivado sin resolver, igual que tantos otros.

Dolía sólo mirar a Óscar después la marcha de Olga, un niño de diez años con aquella desesperación intensa, silente.
Años después, me escribió, quería saber de su vieja Dolores.

Le proporcionó a Damián, algunas direcciones y nombres de los trabajadores de la casa Olar, por si le eran de ayuda. 
En especial la de Lucas, el jardinero.


Damián cogió su mano, la besó, antes de irse.


La sequía continuó los días y las noches siguientes, la tierra habría grietas mudas, bocas desmayadas abiertas y suplicantes.


Durante algunas semanas a Damián Campos, otro caso lo tuvo ocupado. 
En algún momento libre, se entrevistó con aquellas persona de servicio en la casa Olar que pudo localizar. Apenas aportaron algo más de lo que le había revelado Dolores.

Una tarde decidió dar una vuelta con su moto sin rumbo fijo.
Enfiló la carretera, la velocidad le tomó, salió de la ciudad. 
Recibió el gusto de la brisa en la cara.
De pronto recordó aquel sueño suyo tan extraño.  
Una mujer era quien corría por el camino, no él.
Y por un impulso sin sentido, giro a la izquierda.
Poco después  se detuvo junto al embalse.
La sequía decreció el agua y la aguja de la iglesia asomaba. 
También descendió la noche, Damián continuó mirando las ruinas emergiendo.
Le pareció escuchar una y otra vez, el sonido de una campana fantasmal. 
Entonces recordó el verso de N. H. Lazaro.


Haré alzar todas las aguas 
cubrirán sobre ti 
por la sima que desciendes 
abrirse haré del alabastro los féretros
las manos de su espanto
arrojarán un puñado de sombras
que en secreto 
te amortajen en la nada.
Me llevaré tu sueño y tu lenguaje
para entregarlo a los páramos 
más amargos y hambrientos.
Tenebroso filo he dado a la muerte
para que corte la luz 
que tus pupilas devuelven.
Me doy a conocer
en la epifanía desmembrada 
de esa carne tuya 
alma tuya
que de su éxodo
jamás habrá existido.




Con un escalofrío recorrió su espalda, lo adivinó.


Óscar le llamó por teléfono.

Damián: ¿Podemos vernos?

Te espero en mi oficina.
Colgó y en menos de media hora atravesó la puerta del detective.

La luz enfocó su sobre su rostro, dos pronunciadas arrugas en las comisuras de los ojos, revelaban la tensión de la espera de esas semanas.


Los resultados de la autopsia y las pruebas de A.D.N. dictaminan que el cadáver encontrado en el embalse, es Olga.
La causa de la muerte, asesinato, por el agujero de un disparo, en la parte posterior de su cráneo.

Tu intuición dio de lleno en la diana.
¿Cómo lo supiste?

Entre sollozos, Óscar continuaba, le colgaron una soga con una piedra para evitar que emergiera.
Todo este tiempo estaba muerta, todo este tiempo manteniendo la esperanza.
Quién y porqué, nunca lo sabremos… ¿Verdad?


¿Quieres una copa? 

Asintió con la cabeza.

Cuando pudo serenarse, dijo: 
Tendré que decírselo a Dolores, se enterará de todas formas por la gente o por los periódicos.
No sé, no sé como voy decirle que la mataron. 

Es culpa mía, debí dejar las cosas como estaban, seguir con la incertidumbre, en ella estaba viva.



Epílogo.

Lucas, abrió una pequeña fosa debajo del gran roble, al oeste del jardín inglés.
Una caja chiquita con los restos de Olga fue enterrada al lado de otra caja metálica, grabada con el nombre de Boj, su perro.

Dolores, Damián, Óscar y Lucas arrojaron flores de loto, símbolo de resurrección, porque
eternas son sus semillas durante miles de años, después la tierra.
Por último la sellaron con cemento para colocar una placa de bronce.


Aquí descansan Olga y Boj
      Existieron para amar


Cayó una gota de lluvia y después otra y otra.
 Y el viento asustó al roble, derramando la balada de sus hojas.



Dos meses después Damián recibió un paquete con un mensajero, y una carta.

Querido detective,
Me voy, por fin.
Les he pedido un favor, que planten lavanda al pie del árbol, mientras exista el museo. 
En el paquete hay un cheque a tu nombre, no te enfades, por favor acéptalo.
Su retrato es para ti.
Tuyo siempre, amigo mío.

Gracias, 
gracias por devolvérmela, 
por su retorno 
a casa.