Mi padre empujando el sillín de mi bici, en otoño, o
verano en primavera o invierno.
No tengas miedo me decía, yo te sujeto.
Papá sujétame.
Y en cuanto soltaba, lo adivinaba me paraba incapaz de
No tengas miedo me decía, yo te sujeto.
Papá sujétame.
Y en cuanto soltaba, lo adivinaba me paraba incapaz de
pedalear sola.
Otra vez papá.
Y otra vez y otra y otra y otra, mi padre sostenía el sillín.
Da pedales sin parar, me decía.
Qué paciencia la de mi padre. era el santo patrón de las bicicletas
de la niña de los pedales.
Una tarde que mi padre no estaba, iba restregando suelas encima
de la bici hasta lo alto de la calle e ilusa de mí, pretendí bajarla de puntillas.
De pronto a favor de la cuesta la bicicleta como una pastilla de jabón, se deslizaba sola
grito
pongo los pies en los pedales
y por miedo ellos encuentra la razón del equilibrio.
Y sigo pedaleando toda la cuesta y sigo gritando sin pulso en los
frenos, continúo dando pedales por la acera llana.
El domingo volvimos a salir mi padre y yo
con mi bici blanca del sillín rojo.
Me monté en ella, dispuesta a demostrarle que ya había aprendido.
Pero no sé por qué, dejé que mi padre me empujara
y cuando soltó, seguí pedaleando.
Miré hacia atrás y vi el triunfo en su sonrisa.